domingo, 17 de julio de 2011

Philippe

Aquél no era un perro normal. Me bastaron cinco minutos para desear, de todo corazón, verle el cráneo partido en dos por un hacha de doble filo. Sólo llegar a la casa y después de un largo viaje, me recibió con unos ladridos graves, parecidos a ronquidos. Pero lo que me puso más nervioso fue su mirada. Tenía por ojos dos bolas de billar blancas, a las que parecía que habían pintado pupilas para no asustar, aún más, a la pobre gente que se le acercara. Sí, su mirada me sacaba de quicio.

El olor que emitía el animal era solo molesto los primeros minutos de obligado contacto con él. Luego, el olfato se acostumbraba, o simplemente no enviaba aquella info rmación al cerebro para no dañarlo irreparablemente.

Los dos primeros días fueron insoportables. El animal me seguía a todos los rincones, sin despegar su mirada de mi culo. A partir del tercer día las cosas cambiaron. El perro empezó a creer que podíamos ser amigos y, además de vigilarme, pretendía que jugáramos a "tira el palo de madera que yo voy a por él".

Incluso en el taller donde yo trabajaba, tenía al asqueroso "chucho" lamiendo mis piernas. Cuando comíamos, él estaba bajo la mesa cerca de mis tobillos; cuando veíamos la televisión, él se situaba bajo mi silla. Estaba pegado a mí, como si de una sombra deforme se tratara.

En cierta ocasión, más por aburrimiento que por otra cosa, accedí a jugar con él; yo le lancé un palo desde el gran comedor que tenía la casa, a través de uno de los enormes ventanales, al jardín. El perro salió a una velocidad endiablada. Mientras buscaba el palo desesperadamente (jamás se hubiera graduado en una escuela de sabuesos detectives) cerré la ventana. Una vez lo tuve "encerrado" en el exterior, donde no me molestaría, decidí burlarme del bicho desde detrás de los cristales. Un cruce de miradas bastó para comprender que no había sido una buena idea, así que le deje entrar de nuevo...

Solo mi habitación estaba totalmente vedada para el perro. Éste, de vez en cuando, intentaba entrar. Si yo estaba de buen humor, le correspondía con un portazo en las narices, cosa que no parecía afectarle demasiado, psicológicamente hablando.

Cada mañana me veía obligado a pasear junto a él por el parque. El animal tenía fuerza, vigor y potencia a partes iguales... supongo que debido a su juventud, pues su dueño me dijo que el perro tan solo tenía dos años. Yo de perros entiendo poco porque soy apolítico. En más de uno de esos paseos matutinos, deseé que lo pisara un paquidermo despistado o, en su defecto, que un meteorito de tamaño medio cayera sobre su deforme cabeza. Afortunadamente, nada de eso sucedió. Y digo afortunadamente, por la anécdota que en el día de ayer acaeció (nota del autor: bueno, realmente pasó hace diecisiete años) y que seguidamente paso a relatar:

Estaba yo preparando un guiso en casa de mis anfitriones basado en patatas hervidas, cebolla, mantequilla y huevos, para deleitar a éstos con mis infames dotes culinarias. Fue entonces cuando la cuchara de madera se enganchó en el fondo de la cazuela. Traté de despegarla y tuve éxito. Lástima que al mismo tiempo tres patatas hervidas y pringadas de cebolla y huevo salieran de la cazuela en una trayectoria que podría calificarse de parabólica, yendo a parar, tras varios rebotes, a la alfombra que cubría el recibidor. Deseé fundirme en el acto, convertido en un charco de grasa o ser tragado por la tierra y aparecer en Madagascar. El pánico paralizó mi cerebro atenazando mis músculos; no sabía como reaccionar para deshacer el desaguisado.

Y cuando todo parecía perdido, cuando la confesión se hacia inevitable, apareció Philippe. Cruzó el espacio que nos separaba sin llevar capa ni gallumbos rojos, pero aún así se convirtió en mi héroe, mi salvador. Devoró en microsegundos los restos esparcidos por la alfombra, superando, con creces, a cualquier tipo de producto de limpieza existente en el mercado. Ese día cambié profundamente algunos de mis sentimientos hacia el pobre animal; sí, soy asque rosamente humano. El bicho, de pronto, me pareció terriblemente práctico e higiénico.

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