Abren
la puerta trasera con extrema facilidad y sin apenas hacer ruido. Han
anulado ya las alarmas. Son buenos y se nota en cada acto, ejecutado
con precisión. Entran con sigilo a la gran cocina de la enorme casa.
Pero la perfección no existe. La suerte no les acompaña. Oyen unos
extraños pasos. Alguien arrastra sus pies. Los jodidos hijos. Parece
que están despiertos. Y cerca. Demasiado cerca. Se quedan quietos
como estatuas, invisibles. Se llevan la mano a sus respectivas armas.
Y siguen siendo invisibles, en un rincón oscuro, a la par que
letales...
Un
tipo de poco más de veinte años aparece en gallumbos, con unas
zapatillas enormes en forma de conejo, abre el frigorífico y coge
una cerveza. La luz del electrodoméstico inunda la estancia,
descubriendo a los dos hombres invisibles que visten de negro y están
de cuclillas. Uno parece bastante corpulento...
Se levantan,
amenazadores, apuntando con sus pistolas a la cabeza al pobre tipo de
la cerveza.
- Tranquilos, ¿eh? Que yo cojo la birra y sigo jugando a la Play – les dice como si lo estuvieran apuntando con dos bananas.
- Quieto ahí, subnormal. Si te mueves te reviento la cabeza – le susurra con rabia uno de los atracadores.
- Es que verás, me está esperando mi colega y es un poco capulla. Hace trampas cuando no estoy, ¿sabes? - le contesta el tipo de los gallumbos bebiendo un sorbo de cerveza.
- Cállate, imbécil – le ordena el atracador de nuevo, apretando los dientes.
El
segundo atracador, el que no ha dicho nada, el más macizo y con
menos paciencia, se acerca rápidamente al tipo de la cerveza y le
golpea brutalmente la cabeza con la culata de la pistola. En un
alarde de rapidez y sincronización, ambos malhechores agarran la
botella de cerveza y al tipo de los gallumbos antes que ambas cosas
choquen con fuerza contra el suelo. Depositan cerveza y humano
delicadamente en el suelo, no por amor sino por silencio.
Acto
seguido se adentran en un enorme comedor en el cual, alguien parece
estar jugando a la Play Station. Esta vez priorizan velocidad a
sigilo, así que, la mujer que estaba jugando delante del televisor
los ve y puede levantarse. Anda vestida con tan solo una camiseta
negra. Y curiosamente, no retrocede. En este mismo instante descubren
a otro chaval, durmiendo como un tronco en otro sofá.
- ¿Dónde está Rafael? - pregunta la mujer a los dos atracadores, con una voz y una mirada terriblemente gélida.
- Aquí – responde Rafael quejoso desde la cocina - Este hijo de Satanás me ha dado en la cabeza con su jodida pistola.
- Esta bien, bonita. Siéntate si no quieres que vuele tu linda cara. Y tú, tráeme al imbécil de la cocina – ordena el que parece el jefe.
El atracador más
robusto se va hacia la cocina. Segundos después viene con el tipo de
los gallumbos agarrado por el brazo. Inexplicablemente, sigue con la
cerveza en la mano. Bebiendo a sorbos.
- Está bien. Os voy a decir como funciona esto. Vosotros me contáis dónde tiene la pasta y las joyas vuestro padre. Nosotros la metemos en estas mochilas, os atamos y nos vamos. Sencillo ¿verdad?
- Tú eres imbécil – contesta la mujer de la camiseta.
- Y bastante agresivo, por cierto – aporta el tipo de la cerveza.
- ¿Pero qué cojones os pasa, idiotas? ¿Sabéis qué coño es esto? - pregunta incrédulo el atracador jefe, mostrándoles la pistola.
- Ah, y nada de volver a golpear a mi colega en la cabeza o tendré que arrancarte el corazón – sentencia la mujer seriamente, sentándose de nuevo en el sofá y agarrando el mando de la Play.
Los
atracadores se quedan mirando al tipo de la cerveza que encoje sus
hombros, pega otro trago y se sienta junto a la chica. El otro tipo
ni se ha movido. Podría estar perfectamente en coma etílico, a
juzgar por su cara. O muerto. Evidentemente, aquello no está
funcionando como estaba previsto. Se les presenta una situación
inaudita. Aquellos dos capullos en ropa interior están jugando a la
Play, pasando de ellos y de las pistolas que apuntan a sus cabezas...
Y
es entonces, cuando para amenizar un poco más la velada, parece que
llegan los dueños de la casa. Lo imaginan cuando escuchan el motor
de un potente coche en el patio, un frenazo, un golpe, un sonido de
cristales rotos y unas estúpidas risas femeninas que no consiguen
disimular los gruñidos de un varón.
Los
dueños de la casa habían estado dos semanas de viaje de negocios en
Nueva York. La idea era quedarse una tercera, pero habían intentado
matar al tipo en una sauna. Afortunadamente, con tanto vapor, el
asesino había volado los sesos a un banquero que se parecía
bastante a él. Total, que se había precipitado la vuelta por
cuestiones de seguridad. Antes de volver a su casa, desde el
aeropuerto de Barcelona, habían decidido ir a cenar. Estaba vivo y
eso era un buen motivo de celebración, una excusa para beber un buen
vino y para contratar a una buena prostituta. Una noche abundante...
- Apagad ese televisor, subnormales – dice el atracador jefe enfurecido.
- Qué te follen, idiota – contesta la chica sin apartar la vista de la pantalla y las manos del mando de la Play.
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