martes, 19 de julio de 2011

Encuentros

Miré mi reloj hiperplano con pantalla de plasma, provisto de alarma y “water resistent”. Las 1456. Estaba previsto tomar tierra a las 1730, eso sino surgía ningún imprevisto en forma de rocas asesinas o piratas del espacio (también asesinos). Era mi cuarta salida obligatoria de CIA (Ciencias Interplanetarias Aplicadas) y seguía tan emocionado como en la primera, cuando visitamos Plutón. Hasta seis veces había recorrido el trayecto que me separaba del aseo en la última cienta (unidad de tiempo equivalente a cien minutos terrestres)...

Pasamos cerca de los anillos de Saturno y vi como Gasper tomaba notas en su micro-ordenador subatómico de carga frontal. Gasper es un genio. Nos hicimos buenos amigos en nuestra segunda salida, cuando nos llevaron a Calisto, uno de los satélites de Jupiter. Gasper se quedó rezagado, calculando el diámetro del mayor de los cráteres y resbaló por una pendiente helada. Estuvimos buscándolo durante varios minutos (unidad de tiempo equivalente a sesenta segundos), hasta que tuve la suerte de encontrarlo, al caer por la misma pendiente. Desde entonces vamos juntos a casi todas partes...

Detrás de mi espalda, siempre anda Jupe. Apareció en nuestras vidas en la tercera salida: Tritón. Aquél día no dormimos nada durante el viaje, puesto que nos vimos sorprendidos por una tormenta de meteoritos. Después del viaje entre pedruscos y golpes llegamos al satélite de Neptuno. Nuestro profesor nos explicó que se trataba del astro más frío del sistema solar; afortunadamente, nadie pensaba salir allí fuera desnudo...

Jupe, que por aquél entonces sólo era el chico más grande y fuerte de toda la nave, iba detrás de nosotros. Al intentar saltar una de las tantas pequeñas grietas que hay en Tritón, tropecé, e instintivamente agarré por el brazo a Gasper. Ambos caímos en ella en un espectacular deja-vu, quedando atascados dos metros más abajo entre sus heladas paredes. Jupe nos tendió una cuerda y con la única fuerza de sus brazos, nos sacó. Le dimos las gracias y comenzó nuestra amistad...

Fue Jupe quién me llevó de regreso al presente de un codazo, insinuando que debía ponerme el cinturón de seguridad. Eran las 1723 y el director, el inefable señor Rigoh, nos dio las consignas necesarias previstas para las visitas a planetas habitados por seres vivos. Nos recordó la presencia de los azulentos, unos mamíferos dotados de algo de inteligencia, pero que según todos los informes se manifestaban con mucha agresividad. Nos entregaron, por primera vez en una excursión, armas de defensa láser. La emoción nos provocó hipertensión.

Entramos en la atmósfera de Azulenta a la 1728 y pudimos observar uno de los paisajes más bellos nunca visto. Un auténtico paraíso en tonos azules y verdosos. Nuestra nave amerizó en el centro de unos de sus grandes océanos y desde allí se organizaron las salidas. Nos dividieron por cursos. El nuestro, 5º de EUB (Enseñanza Universal Básica) salió de los primeros, bajo las órdenes de la profesora Beatriz Ripli. Por primera vez no debíamos usar nuestro habitual y completo traje de protección, ya que, en Azulenta podíamos respirar oxígeno como en nuestro planeta. Una fresca y suave brisa acarició nuestros rostros, mientras un sol increíble calentaba nuestros cuerpos; en poco tiempo, nuestra pequeña y rápida embarcación llegó a tierra firme.

Estuvimos casi dos cientas obteniendo información de aquél maravilloso paraje. Gasper casi se volvió loco de placer intelectual. Introdujo en su micro-ordenador información sobre todas las formas de vida que pasaron por sus manos. Claro que fue relativamente fácil, puesto que tuvimos contacto con multitud de seres vivos alienígenas. Disfrutamos como nunca. Pero cuando creíamos que nada superaría la hasta entonces experiencia más alucinante de toda nuestra vida... nos tropezamos con un grupo de doce azulentos.

De piel curtida y morena, altos y muy fuertes. Sorprendentemente feos, aunque comunicativos, cordiales y extremadamente amables con nuestro grupo. Nada de lo que nos habían advertido en las clases de Antropología sobre su comportamiento parecía cierto. Tardamos dos miradas y una sonrisa en congeniar. Y estuvimos más de diez cientas compartiendo comida, bebida, risas y gestos. Aquellos seres eran más inteligentes de lo que nos habían contado. Después de descansar un poco junto a la hoguera central de su primitivo poblado, intercambiamos obsequios y regalos, y nos acompañaron a la playa donde debíamos subir a nuestra pequeña embarcación.

Fue entonces cuando les vimos. Venían por el mar en sus extrañas y fantásticas embarcaciones de madera. Cada proa estaba coronada por la cabeza de un dragón. Nuestros amables anfitriones se pusieron a temblar histéricos y nos arrastraron junto a ellos detrás de la espesa vegetación que amurallaba la playa. Una vez los tuvimos más cerca, pudimos apreciar que se trataba de azulentos, pero dedujimos que debían pertenecer a otra raza. Eran enormes. Con una altura casi el triple que la nuestra, de tez muy blanca, cubiertos en un 80 por ciento de vello y con unos grandes y extraños cuernos que salían de sus cabezas. En pocos minutos llegaron a la costa. Había hasta doce embarcaciones y bajaron de ella decenas de individuos, armados con espadas, hachas y lanzas. Gasper frunció el ceño, preocupado. Y Jupe tampoco parecía contento con la llegada de aquellos tipos. Nuestra profesora, una pacifista convencida dijo levantándose:

- Venga niños, no sucede absolutamente nada. Debemos establecer también contacto con ellos; eso nos enriquecerá el espíritu y nos servirá para adquirir nuevos conocimientos acerca de sus costumbres...

Nuestros amables anfitriones entraron en un estado de nerviosismo próximo al paroxismo. Los “carnudos”, que no eran ciegos, pronto se percataron de nuestra presencia y entre gritos y saliva corrieron hacia donde nos encontrábamos. La profesora y Jameson (el pelota de turno) se adelantaron unos metros al resto del grupo para establecer contacto. Antes de que pudiéramos hacer nada por ellos, sus cabezas establecieron contacto con el suelo. Yo no podía creer lo que estaba sucediendo. Teníamos a unos doscientos azulentos “cornudos” a tan sólo quince metros blandiendo sus primitivas - pero efectivas - armas. Además, pisoteaban ordenadamente y sin ningún tipo de piedad los cadáveres de la profesora y Jameson.

Jupe sacó su arma, resolutivo. Gasper, sin consultar esta vez su ordenador, le imitó. Y yo me vi arrastrado, por un antiquísimo instinto de supervivencia, a hacer lo mismo. El resto de nuestro grupo decidió que habíamos tenido una buena idea. No habíamos disparado nunca a ningún ser vivo. Pero teníamos mucho miedo. Estábamos en una situación crítica de Nivel 6, código Alfa. Apreté los dientes. Cerré los ojos. Me temblaron las piernas. Y empezamos a disparar...

Cayeron muchos “cornudos” en tan sólo unos segundos. Nuestros láser megatérmicos atravesaban sus cuerpos eficazmente, de modo que cada disparo derribaba a media docena de ellos con suma facilidad. Como éramos varios chicos disparando como posesos, derribamos a más de un centenar en breves segundos. Esta efectividad hizo recapacitar a la mayoría de los que todavía poseían esta capacidad, básicamente porque seguían con vida. Primero dejaron de gritar y luego dejaron de correr. Hubo unos segundos de calma tensa, con un silencio sepulcral y cientos de ojos inyectados en sangre clavados en nuestro grupo. Jupe apuntó hacia la cabeza de uno de los más próximos. Los “cornudos” decidieron que tal vez sería una buena idea regresar hasta sus embarcaciones a toda prisa, mientras nuestros anfitriones daban gigantescos saltos de alegría, sólo superados en altura por alguna palmera centenaria.

Las naves de los azulentos “cornudos” se fueron alejando hasta que las perdimos de vista. Nuestros anfitriones nos despidieron entre muestras de agradecimiento y grandes sonrisas que partían en dos sus felices y brillantes rostros. Nosotros tuvimos que regresar con la profesora y Jameson también partidos, metidos en bolsas de plástico. Fue muy triste y muy desagradable. Cuando llegamos a la nave nodriza descubrimos que no habíamos sido los únicos con problemas. Más de una veintena de cursos tuvo enfrentamientos con diversas razas salvajes de azulentos. Se habían producido muchas muertes entre los nuestros. Aquél día de gran dolor marcó un antes y un después en la LOGSE (Ley de Obligaciones Galácticas Sobre Excursiones)...

Más de mil quinientos iars (unidad de tiempo equivalente a 365 deis) más tarde regresamos a Azulenta. Esta vez, Jupe y yo lo hicimos como dos de los pilotos intergalácticos más experimentados y criogenizados que se podían encontrar en el universo conocido. Por otro lado, Gasper se había convertido en uno de los mejores biólogos de nuestro sistema solar y formaba parte del equipo científico de la expedición. Se mostraba muy serio, triste y descontento, puesto que no creía en las soluciones militares. Aunque sabía, como todos nosotros, de las atrocidades cometidas en Azulenta...

La expedición contaba con más de cinco mil cruceros de guerra y doce mil naves de acogida, especialmente preparadas para los Elegidos. Bajo las órdenes de nuestro comandante en jefe (un tipo muy influyente en los asuntos relacionados con el planeta) nos disponíamos a limpiar Azulenta de azulentos. Sólo unos pocos serían salvados, aquéllos que ya habían sido escogidos y agrupados por nuestros enviados especiales en puntos estratégicos del planeta.

El porqué de nuestra expedición era evidente para gran parte de los políticos de CIU (Consejo Intergaláctico Unido): durante los últimos cien iars, los azulentos habían entrado en una terrible espiral de autodestrucción que afectaba también a todo el ecosistema del planeta. Nuestros mandatarios habían intentado reconducir la situación provocada, enviando agentes pacificadores infiltrados. Pero de nada sirvió. La sinrazón, la crueldad y la terrible agresividad de los azulentos acabó siempre con sus ideas y demasiadas veces con sus vidas. El CAD (Comité de Actuación Directa) presionó para actuar. Propuso eliminar a la gran mayoría de los azulentos para salvar así al resto del planeta; puso sobre la mesa los miles de informes sobre especies extinguidas por éstos. Y la posibilidad de que parte de nuestra gente repoblara estratégicamente aquél maravilloso planeta, ayudó - sin lugar a dudas- a tomar la decisión final.

Una vez fueron retirados los Elegidos del planeta, los cruceros de guerra entraron en la atmósfera de Azulenta. El comandante Gisus Delacruz, dio la orden de ataque. Empezaba una de las misiones más tristes y a la vez más necesarias jamás realizada, la que algunos historiadores denominaron “El Día del Juicio Final”...

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