lunes, 4 de noviembre de 2013

Los caminos del Señor son inescrutables, capítulo I


La noche es perfecta. Con una luna y unas estrellas que pondrían el vello de punta a cualquier astrónomo aficionado. Se oyen grillos. O cigarras. O bichos. Y también algún que otro perro con síndrome de Can Cerbero. Pero nada de lobos. El coche se acerca despacio a la casa. Muy despacio. Porque la casa es el objetivo de los ocupantes del coche. Y el automóvil se para. Un coche oscuro, repleto de oscuras intenciones. Para compensar la situación cósmicamente, en la casa pueden apreciarse dos tenues luces...

El dormitorio es una de las luces que puede verse desde el exterior. Sobre la cama, Gabriel disfruta de los placeres más terrenales, con una chica razonablemente preciosa para la cantidad de droga que lleva en las venas. La chica se agarra con fuerza al colchón mientras Gabriel se agarra con fuerza al culo de la chica. Todo ello sin que nadie sufra daño. De momento. Y, bien sea por la droga, bien sea por la polla de Gabriel, la chica tiene un señor orgasmo y la irresistible inquietud de gritar:
  • OH, DIOS MÍO!
La noche sigue siendo perfecta...
  • Hay luces - dice uno de los dos ocupantes cubriéndose la cara con un pasamontañas.
  • Tranquilo. Son los hijos. El chico es un borracho y ella una drogadicta. No serán un problema – contesta su compañero haciendo lo mismo.
  • ¿Piensas cargártelos?
  • No. Robar a este tipo es una cosa. Y matar a sus hijos otra muy distinta. Con un poco de suerte no estarán ni conscientes...
Gabriel lee atentamente la Biblia. Es algo casi inevitable. Forma parte de su naturaleza. Lo hace sobre una cama grande, junto a una chica que duerme boca abajo, desnuda. La escena puede causar confusión entre la gente normal. Normal. Pero nada más lejos de la realidad. Gabriel se centra en la lectura mientras escucha el Canon de Pachelbel, que suena a un volumen deliciosamente susurrante.

Cuando hace una eternidad que no duermes, desarrollas toda una jodida serie de pasiones. Pasión por la música, pasión por la literatura, pasión por el arte. Lo malo es que, andar despierto por las noches, todas las noches, me ocasiona de vez en cuando algún que otro quebradero de cabeza. Nada grave. Nada es nunca lo suficientemente grave. De hecho, hasta que llegue el día del Juicio Final, nada será realmente chungo...

Dos tipos se deslizan en la oscuridad, atravesando un jardín. Es realmente difícil verlos. Su vestimenta, absolutamente negra, los camufla de cualquier ojo humano. Llevan pasamontañas y armas. Y saben usarlas. Las armas. Los pasamontañas los llevan puestos con dudoso estilo. La parte de arriba les queda como una barretina catalana. Pero volvamos a las armas. Saben usarlas. No sería la primera vez. Son atracadores profesionales y su alma ya está manchada de sangre. No son buenas personas. Les han dado un soplo. La madre de todos los soplos. Y esta noche entraran en la casa de campo de uno de los grandes mafiosos de la ciudad, aprovechando que está de viaje con su mujer. Parece ser que tienen dos hijos, pero también les han contado que normalmente están muy borrachos o muy drogados. O ambas cosas. Su estado natural es el coma. En principio no deberían ser ningún problema para ellos. En principio, claro...

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