jueves, 8 de septiembre de 2011

Now in production

Perdidos III

Levanté la cabeza y pude observar (mis dotes de deducción son asombrosas) que estábamos en algo parecido a una cueva. Teníamos un bonito fuego donde mis compañeros habían calentado agua de lluvia añadiéndole unas hojas de menta. Empecé a beber lentamente. Era la cosa más deliciosa que podía imaginar (el hambre y la sed sufridas habían afectado seriamente mi imaginación). Me incorporé un poco más, hasta quedarme sentado en el suelo.

- Hemos tenido suerte de encontrar esta cueva Divad, de lo contrario tú ya estarías muerto y nosotros a punto de ser devorados por algún animal. - Era Jasper quien hablaba.
- Yo vi la cueva. - Me explicó Mendros, con un brillo de orgullo en sus ojos.
- Sí, y además te llevó a cuestas durante más de media hora. - Puntualizó Jasper.
- Gracias Mendros, eres un amigo estupendo. - Me apresuré a decirle.
- Bien, pero no más besos, ¿de acuerdo?.

Estuvimos algún tiempo callados, tomando menta, calentando nuestros cuerpos junto al fuego, secando nuestras ropas empapadas... descansando. Habían sido muy duras las últimas horas. Y desde que entramos en el bosque las cosas habían ido de mal en peor.

Hasta ese momento el viaje había transcurrido con total normalidad. Salimos de nuestra aldea muy de madrugada. La noche anterior nos despedimos de nuestros padres. Mi madre cargó mi bolsa con viandas para alimentar a todos los animales del bosque durante mi estancia en él.

Las tres primeras horas del viaje las afrontamos con una moral muy saludable, un tiempo muy saludable y un estómago muy saludable. Las dos horas siguientes fueron ligeramente más duras. Si hasta entonces el camino había sido llano, una vez cruzamos el río, empezó la cuesta que debería llevarnos a los alrededores del bosque. El tiempo, a este costado del río, fue refrescando muy rápidamente. Al salir de casa sabíamos que nos adentrábamos en una zona más fría, pero debo reconocer que aquel cambio brusco nos sorprendió bastante. Cada vez era más complicado encender un fuego y parte de nuestra comida se echó a perder incomprensiblemente. Al mediodía, cuando ya habíamos recorrido una considerable distancia, empezó a soplar un fuerte viento. Era un viento helado, que afortunadamente sólo nos dio muestras de su poder durante un corto espacio de tiempo, para después alejarse. Fue entonces cuando vi a Jasper darle vueltas y vueltas al mapa. Algo no iba bien.

Realidades IV

- David, te dije que abrieras al chico del supermercado.
- Y he abierto mama, pero no hay nadie...

Elena echó un vistazo, vio que David había dejado abierta la puerta, y comprobó que, efectivamente, no había nadie esperando. Salió hasta el pequeño jardín que tenían enfrente de su casa. Un día espléndido. El sol brillaba con fuerza. Realmente allí no parecía haber nadie, aunque Elena juraría que alguien había golpeado la puerta hasta tres veces. Esa sensación la intranquilizó. Tal vez por eso, el corazón le dio un vuelco cuando una mano se posó en su hombro. Gritó.

- ¿Se puede saber que te sucede? – le dijo su marido.
- Dios santo, Alejandro, me has dado un susto de muerte...

sábado, 6 de agosto de 2011

Tumbado por vacaciones

Ella

Ella hace magia. Hace años metió un conejo en su chistera y aparecí yo. No digo que ser conejo fuera malo. Pero me gusto más así. Ella también es una gran científica. Hace años recogió mis trocitos, los pegó y ahora soy yo. Ella no tiene la culpa del tamaño de mi nariz. Algunas veces miento…

La primera vez

Miedo. Siento mucho miedo. Primero por ella, a la que quiero con locura. A él todavía no le conozco y me resulta difícil comprender cual es el sentimiento que estoy desarrollando al respecto. Pero de una cosa estoy seguro; deseo que nazca sano. Pero todo va mal. Ha adelantado dos meses su llegada a nuestro extraño mundo. Los médicos dicen que todavía no puede nacer pero él es tan pequeño que no lo sabe. Mientras odio a dos doctoras que me ignoran, mi mujer se retuerce de dolor y sangra cada vez más. No leído ni una décima parte de lo que ella ha leído durante los últimos siete meses de nuestra vida, pero sé que mi niño sufre en cada contracción. Y como las irresponsables no me han hecho caso, ahora tenemos que correr al quirófano porque ya nadie puede parar las ganas de salir que tiene mi hijo. Agarro con fuerza por la espalda a mi vida, que sigue sufriendo. Miro a mi alrededor. Me parece todo tan deprimente y oscuro que me siento desfallecer. Pero no puedo dejarla sola. Ahora, no. Otra bruja tortura un poco más a mi mujer que aguanta con valentía. Y de su fuerza nace un niño púrpura que no soy capaz de mirar fijamente. Me avergüenzo de mi cobardía, mientras se lo llevan urgentemente a la UCI. Y sigo agarrado a las manos salvadoras de mi princesa, para no perder el mundo de vista...

Un beso largo, sabroso y húmedo, es el preludio del paraíso. El sofá no nos parece suficiente. Vamos hacia la cama y, mientras el pasado nos mira desde una bucólica fotografía, me empuja con cariño sobre el colchón. Me desnuda lentamente, besándome con dulzura la piel. Ella lleva toda la iniciativa, mientras yo sigo paralizado e idiotizado a partes iguales. Se desnuda y me resulta imposible comprender si estoy despierto o soñando. Es tan bonita que duele mirarla. Cuando su boca empieza a devorarme, siento que el alma se me separa del cuerpo durante unos segundos. Tengo los brazos y las piernas completamente dormidos, con un ejército de hormigas en su interior. Toda mi sangre se concentra en un tercio de mi cuerpo que, asustado y tembloroso, se abrasa a fuego lento. El tiempo no existe. Dentro de mi mente se gesta un deseo, que no tarda en convertirse en palabras susurradas al oído; fóllame. Y cuando ella se sienta sobre mi, noto por primera vez su maravilloso calor interior, un calor por el que merece la pena morir mil veces...

Estoy subido en un autocar, alejándome. Jamás antes he realizado un viaje como éste y mi corazón está tan triste que no puedo evitar llorar en el andén donde veo desaparecer mi mundo. Como no consigo morirme de pena, finalmente llego a Praga. La casa de mis anfitriones es enorme y bonita. El taller donde debo pasarme los próximos días es un lugar espacioso y con rincones mágicos, plagados de extrañas herramientas, grandes hornos y vidrio de color. El horario me permite salir todos los días a visitar la ciudad pero prefiero quedarme en la habitación, leyendo y escuchando música. Alterno la lectura de dos libros; uno de cuentos de Poe y otro que ha escrito mi primo sobre su viaje a Yugoslavia. Una tarde me pregunto qué demonios hago con el bolígrafo en la mano. Tal vez son las ganas de expresar como me siento. Quizás quiero gritarle a la distancia y no puedo. Puede ser puro aburrimiento. Sea lo que sea, necesito contar todo lo que me está pasando, hacer mi propio diario de viaje, emular a mi primo. El espíritu de Poe está impregnado en la habitación; se ha escapado del libro abierto que tengo sobre la cama. Y puedo sentir la fuerza invisible que va deformando grotescamente mi percepción de la realidad. Y las primeras gotas de tinta del bolígrafo se derraman sobre el papel. Y escribo mi primer relato, Araneam, basado en la estúpida experiencia que tuve esta mañana en la ducha, con una pobre araña que no sabía nadar...

Roto y algo asustado salgo del consultorio del cirujano que acaba de decirme que tengo una hernia inguinal y que debo operarme. Se acabó el gimnasio durante los próximos meses. Menos mal que el post-operatorio coincidirá con las vacaciones de verano y no me quitará tiempo ni a los estudios ni al trabajo, lo que antes me decida reemprender. El tiempo pasa deprisa y me ingresan en el Hospital del Mar. Pido una pizza a la enfermera mientras estoy en ayunas, esperando bajar a quirófano. Luego, explico con una sonrisa el rasurado que me han practicado, para hacer creer a todos que estoy de buen humor. Miento. Odio estar en los hospitales hasta como visitante. Por fin ha llegado mi hora. Me llevan desnudo, sólo tapado por una leve telita blanca, hasta el quirófano. Tengo miedo. Un tipo que se cree muy gracioso me pregunta de qué quiero operarme. Es el cirujano. Si trataba de tranquilizarme con su extraño sentido del humor, no lo ha logrado. Estoy muy nervioso y se lo digo. Acaba de llegar una enfermera y me pincha en el brazo derecho con sumo cariño. Cuenta hasta diez, me susurra con una sonrisa angelical. Uno, dos, tres y el mundo se funde en negro...

Tengo tantas ganas de hacerlo bien que no puedo evitar que mi corazón parezca un tambor de guerra indio. Aunque estoy recomendado, eso no me tranquiliza lo más mínimo. Voy disfrazado de auxiliar administrativo y me siento ridículo. Llego delante de la puerta del despacho, que me parece tan grande como la de un castillo medieval y llamo al timbre. Me abre la puerta una chica que doy por supuesto que es la secretaria. Tiene una cara muy dulce, es bastante más alta que yo y probablemente haga dieta. Me lleva hasta el despacho del gerente, un señor que debe estar rozando la jubilación y que me habla con la seriedad y firmeza de alguien que está muy acostumbrado a tratar con empleados. Yo tengo un dolor de barriga que me está matando, pero consigo tranquilizar mi intestino grueso y empiezo a archivar la montaña de papeles para lo cual me han contratado. Factura doscientos quince, grapada con su correspondiente albarán, va archivada en la carpeta del cliente sesenta. Factura mil cuatrocientos treinta, con su correspondiente albarán, va archivada en la carpeta del cliente ciento dos. El tiempo deja de existir y todo es eternidad. Porque archivar es eterno. Y mi eternidad dura exactamente unas ocho horas diarias...

Estoy paseando por un prado demasiado verde, sin matices, con un cielo demasiado azul, huérfano de nubes. No hace ni frío ni calor, aunque el sol brilla en todo lo alto. Los pájaros cantan, entonando sinfonías que me resultan demasiado familiares. ¿Acaso no es esa la melodía del Blues del autobús? Al pasar junto al arroyo que acaba de aparecer como por arte de magia, bebo un poco de agua y me asusta su sabor tan delicioso. Sucede algo raro. Recapitulemos. Busco entre mis recuerdos. Mi primer hijo. La primera vez que hice el amor. Mi primer relato. La primera vez que me operaron. Mi primer trabajo. No. Nada de eso. Yo acababa de leerle un cuento a mi nieto. A él le encanta que le lea cuentos. Y a mi me encanta verle dormir como un ángel. Hoy se quedará con nosotros. Porque mi hijo y mi nuera se han ido al cine y somos los canguros titulares. La cena no me ha sentado bien. Tengo un molesto nudo en el estómago. Así que le he dado un beso a mi abuela favorita y me he ido a dormir. Y he despertado aquí. Miro de nuevo a mi alrededor. El paisaje ahora parece pintado con ceras. Estoy en un dibujo de mi nieto. El cielo es tan bonito que apetece volar. Volar en sueños, como cuando era niño. Uno, dos, tres y arriba. Me siento feliz y joven de nuevo. Miro mis alas pobladas de plumas y en lugar de sorprenderme, sonrío y doy gracias. Siento el viento, puro, fresco y limpio sobre mi rostro. Y mientras vuelo, alejándome cada vez más del suelo, no puedo evitar sentir una pena muy grande, que me transforma en nube. Y como soy una nube, llueve porque me entristece la separación. Y soy miles de gotas de agua que se evaporan con una luz blanca que intenta consolarme, con la promesa de que algún día les volveré a ver...

My sister... And me

Facebook, ese jodido chivato...

- ¿Quién es Sara García, cariño? - pregunta mi media naranja, con ese tono entre inocente y amenazador que tanto me acojona, desde el ordenador de su despacho.

- ¿Sara García? Nadie. Una conocida del Facebook – respondo entrecortado como un auténtico gilipollas, mientras trato de averiguar cómo demonios ha detectado a Sara de entre los 540 amigos que tengo.

- ¿Nadie? Pues a nadie se le desbocan dos tetazas por un escote de escándalo... Cariño – agrega constatando que no es tonta ni ciega, algo que por supuesto yo ya sabía, después de casi 20 años de matrimonio.

- Creo que no se las puede quitar cuando entra al Facebook, caramelito – respondo con ese sentido del humor tan inapropiado que tengo en los momentos cruciales de mi vida.

- ¿No recuerdo que me hayas hablado nunca de ella... Es una antigua compañera del instituto? - pregunta capciosamente, esperando que los nervios me delaten, puesto que Sara tiene 22 años...

- No, mi vida. Del instituto, no. Creo que me pidio amistad hace unos días a raíz del grupo aquel al que pertenezco... El de Amantes de los Animales en Peligro de Extinción... ¿Recuerdas que te comenté algo?

- Sí, recuerdo que me comentaste que la gran mayoría de los participantes eran contemporáneos de los dinosaurios y yo hasta me reí de tu estúpida ocurrencia. Pero bueno... Como estás tan metido en el tema y yo siempre he sido una persona curiosa... Dime, cariño, ¿las zorras también están en peligro de extinción?

- Estoooo... Pues no lo sé. La verdad, no estoy tan puesto como te piensas. Pero le preguntare a Jorge... Mi vida – respondo con las venas de la cabeza bombeando sangre a chorrazos.

- No, si yo lo decía por tu amiga Sara... Sara García - me dice utilizando un tono de voz que podría hacer estallar toda una cristalería de Bohemia o, en su defecto, un osito de peluche grande.

- ¿Mi amiga Sara? ¿Qué te hace pensar que es mi amiga? - pregunto como un auténtico suicida.

- Sí, cariño. Tu amiga. Tu amiguita, para ser más exactos. Que además de zorra es subnormal, porque acaba de escribir una nota para quedar contigo y echarte un polvo y la ha colgado en tu muro...

- Esto tiene una explicación, caramelito...

- Seguro que sí. Pero a mí ya no me interesa. Haz las maletas, capullo, te vas con otro animal en peligro de extinción: tu puta madre...

¿Quién eres tú?

¿Me lo preguntas en serio? No creo que realmente quieras saberlo. Te costará encajarlo, créeme. Soy el jodido Centro del Universo. El Observador de todo lo que me rodea. Tú existes única y exclusivamente porque yo te contemplo. Cuando yo duermo... flop... pasas a ser nadie. Nada. No me preguntes por qué duermo. No lo sé. Y los putos empíricos, esos científicos de mierda que nos cuentan que hace 4.500 millones de años que se formó la Tierra tampoco. No tienen ni idea. 4.500 millones de años. Qué fácil es decirlo. Y ¿por qué no 5.600? ¿O 7.000? Alguien debería sacar la basura de su cerebro...

Por donde iba. Ah, sí... hablaba sobre quién soy. Porque tu lo preguntaste. Te atreviste a preguntarlo. Querías respuestas y yo voy a dártelas. Empezaré por el principio, hace 4.500 millones de años. Nos han jodido. No recuerdo apenas nada de mis primeros años de vida, salvo despertarme junto a una zulú y llorar mucho. Dormir, comer, cagar. Dormir, comer, cagar. El cerebro humano debe sentirse orgulloso de semejante logro. Mi infancia fue feliz. Feliz es la palabra. Era tan afortunadamente ignorante, tan alejado y abducido de la realidad, tan protegido por mis padres del repugnante entorno que tuve una infancia de puta madre. Creí en los Reyes Magos hasta 4º de EGB. Ahora en 4º los niños ya se la pelan con fotos de Beyonce. Yo tuve infancia, joder. Yo jugué. Yo soñé que volaba...

Mi adolescencia ya fue otra cosa. Granos. Muchos granos de pus. Me encantaba reventarlos contra el espejo. Era asqueroso. Los médicos, esos grandes pozos de sabiduría me decían “eso cuando hagas el cambio se te va”. Llevo toda la puta vida esperando el cambio. Pero volvamos otra vez atrás en el tiempo. La sangre alterada, las hormonas bombardeando mis testículos y serias dificultades para encontrar mi sentido de la orientación sexual. A los 17 años, sin haberme comido un rosco en la vida opté por una salida digna: me hice hermafrodita, que es una palabra que me gusta bastante. Yo fui unos de los primeros neandertales del frikismo pero Santiago Segura se llevo los laureles. Sin embargo, años más tarde, yo me quedaría con la mejor de sus Torrente...

Cada vez que me he enamorado me he casado y he tenido un hijo. Es un patrón de comportamiento. Nunca he dado el primer paso para eso de la paternidad. De hecho, si alguien hablaba de chupetes, yo me escondía en la nevera, en el cajón de las verduras y los cobardes. Pero eso fue hace tiempo. En una galaxia muy lejana. He aprendido que el miedo a perder lo que más amo, que paradójicamente son mis hijos, me lleva a la ira, una ira incontrolable; y la ira se transforma rápidamente en odio, un odio visceral y exterminador; y ese odio me sumerge en lo más profundo del Lado Oscuro. Lo jodido es que me siento muy a gustito en el puto Lado Oscuro. Me siento fuerte. Me hace fuerte. Si alguna vez muero, cosa que dudo mucho porque eso significaría el fin de tu existencia, me quemaré en el Infierno.

El Infierno existe. Está demostrado empíricamente... igual que el color de la piel del Tiranosaurio, la existencia de Jesús de Nazaret, la galaxia de Andrómeda (donde pienso ir a veranear en agosto si le cambio las ruedas al Trasbordador Espacial) o de qué color era la mierda que cagaba un Triceratops, por cerrar el círculo en el Jurásico.

¿Sabes? Realmente no sé quién soy. No tengo ni puta idea de para qué estoy aquí. No sé dónde voy. Y sinceramente, me importa muy poco. Lo único que sé con toda seguridad, es que soy el jodido Centro de Tu Universo. ¿Es duro, eh? Absolutamente todo... TODO... me rodea, me envuelve, gira a mi alrededor... y eso me hace terriblemente poderoso. ¿Qué quién soy? Soy aquél que te da la vida solo por el hecho de observarte... llámame Dios, si eso hace sentirte menos insignificante...

Hombre con suerte

La Escalera

Un hombre desnudo sobre la nieve. Hecho un ovillo humano. Un mar de nieve. Un inmenso manto blanco, inmaculado. El hombre, tirita de un frío descomunal. Inhumano. Siente como las agujas del horror le atraviesan todo el cuerpo. El dolor en estado puro. Quiere morir lo antes posible. Dejar de sufrir...

- No puedes morirte, imbécil. Ya estás muerto...

La voz le llega clara y rotunda. Le envuelve. Le rodea y a su vez sale de su propia mente. Trata de articular palabra. De transformar sus pensamientos en voz. Pero el dolor no le permite mover ni un músculo de su mandíbula...

- No necesito oír tu voz. Puedo escuchar perfectamente tus pensamientos...
- Quiero morir – piensa. Por favor... no soporto este dolor... quiero morir.
- De eso ya hemos hablado, ¿recuerdas? Estás muerto. No puedes remorirte. Ese verbo no existe en ninguna lengua.
- Dios Santo. ¿Dónde estoy?
- Ya tardabas en nombrarlo. Tengo que darte otra mala noticia. Estás en el Infierno... concretamente el mío.
- ¿En el Infierno? ¿Con este frío de mil demonios?
- Exacto. ¿Qué quieres que le haga?... Has llegado en invierno... Espérate al mes de agosto y ya me contarás...
- Pero... Pero... ¿por qué? Yo he sido una buena persona...
- Ya. Eso dicen todos. Mira, reclamaciones las mínimas. Yo vengo a ser un funcionario, para que nos entendamos. Pero si te sirve de algo, te diré que estás aquí porque así lo has decidido tú.
- ¿Yo?
- Sí. Siempre creíste que tantas pajas te llevarían al Infierno. Ese convencimiento se ha materializado y aquí estás. Congelándote de frio toda la eternidad...
- Pero dijiste que en agosto...
- Muy cierto. En agosto te abrasarás toda la eternidad. Muy pronto verás que aquí el tiempo es relativo. Con un poco de suerte podrás hablar de ello con Einstein...
- Pero no es justo...
- Tienes razón. Pero tú lo creíste. ¿Has oído alguna vez eso de que la fe mueve montañas? Pues es cierto. Y tiene cojones que lo diga yo, pero es lo que hay. De todos modos, me tomo algunas licencias cuando veo cosas raras. Hablando en plata, pienso que no deberías estar aquí. Alguien tan idiota como para creer toda su vida que debe ir al Infierno sólo por hacerse pajas merece estar en el Cielo. Pero antes deberás pasar por el Purgatorio. Lo siento. Yo no escribí las reglas. Hay una escalera que lleva al Purgatorio. Encuéntrala y lárgate de aquí de una puta vez...

La voz desapareció. El dolor se intensificó. El descomunal frío volvió a invadir toda su existencia. O mejor dicho, su no-existencia. ¿Cómo iba a encontrar la escalera si apenas podía pestañear? Su cuerpo estaba congelado. Y hasta donde alcanzaba su mirada, solo se podía ver un manto inerte de nieve. Claro que no se había girado en ningún momento. La escalera podía estar justo tras él. Era la única alternativa al dolor eterno. Se dejó caer hacia delante. Su carne sintió las garras de la nieve sobre sus brazos, sobre su espalda, sobre su piel. Sus ojos se abrieron como platos al ver una gigantesca escalera de caracol a poco menos de 10 metros de donde estaba.

Es difícil calcular qué tardó en recorrer esos 10 metros. Media hora sobre la nieve helada, bajo el sufrimiento absoluto puede ser toda una eternidad. Arrastrándose entre el dolor y la esperanza, ganando milímetro a milímetro al horror, fue acercándose a la brillante escalera de caracol. Una escalera que desprendía algo parecido al calor. Cuando sus manos por fin la tocaron, todo su cuerpo sintió un alivio indescriptible en términos puramente humanos. Pudo levantarse por primera vez en mucho tiempo, o en el concepto de mucho tiempo que recordaba de su otra existencia terrenal. Y mientras empezaba a subir lentamente la escalera que le llevaría al Purgatorio, notó como se le clavaban en los huevos unos cuernos salidos de la escalera de caracol. Y aceleró el ritmo de la marcha entre las risas diabólicamente divertidas que le perseguirían durante los próximos diez mil peldaños...

Nutopia Flims presenta...

Hace mucho tiempo, y en una galaxia muy lejana, estaba yo viendo El Planeta de los Simios del gran Tim Burton. La peli original, la del 68, la de Cornelius y Cyra, aquella donde Charlton Heston podía fumar en la cabina de su nave espacial sin miedo a la Ministra de Sanidad, me sigue pareciendo sencillamente deliciosa. “Quítame las manos de encima, mono apestoso”. Una jodida delicia. Y qué decir de Tim Burton. Me he visualizado tantas veces remojando mis pies en su piscina que tarde o temprano el universo se confabulará para que mi sueño se cumpla. Y Helena me servirá un cóctel refrescante. Podría enumerar una docena de películas de Tim Burton que me han gustado pero probablemente no sea imprescindible. El caso es que viendo esa película, con ese monumental presupuesto, con esos sorprendentes guionistas, con todo ese equipo de profesionales, con ese pedazo de director, me pregunté: ¿Se sentirá avergonzado Tim Burton por haber dirigido y realizado semejante montón de mierda?

Estuve dos noches sin dormir, analizando la cuestión. Finalmente tomé una decisión que, probablemente algún día, cambiará la historia del cine español (todavía no he valorado si para bien o para mal). Si al bueno de Burton no le avergonzaba hacer versiones tan espantosas de películas tan maravillosas como El Planeta de los Simios, yo tampoco iba a sentir vergüenza por producir mis primeras y minúsculas creaciones en formato audiovisual. Sin formación ni criterio alguno. A pelo. O en pelotas, que también vende. Pero nos faltaba un nombre para semejante proyecto. Quise vincular la marca de complementos en vidrio que trato de gestionar (Nutopía) al proyecto que acababa de nacer de una idea completamente loca. Y siempre me ha gustado un chiste bastante idiota que dice algo así: Toda la vida llamándolas “pinículas” y ahora les dicen “flims”. Sencillo. Directo. Absurdo. Así nació Nutopía Flims.

Como ya he dicho, tengo una extensa formación nula en técnicas audiovisuales y cinematografía. Incluso reconozco que, de adolescente, me gustaban Bud Spencer y Terence Hill o Andrés Pajares y Fernando Esteso (¿quién puede olvidar películas como “Les llamaban Trinidad” o “Los Bingueros”?). Pero a pesar de que yo era al cine lo que Bush a la paz mundial, empecé a juguetear con las imágenes en acción. Sin pretensiones. Sin prisas. Sin presiones. Sin presupuesto. Con una dosis de analfabetismo audiovisual importante pero sin miedo ni complejos. Tim Burton me había enseñado que la vergüenza es algo relativo. Algún día mi biógrafo me definirá como un hombre hecho a sí mismo. Quizás por eso estoy tan mal acabado.

Han pasado ya tres años que probablemente merezcan otro artículo. O varios. Nutopia, nuestra empresa de complementos en vidrio se conoce principalmente por sus creaciones en bisutería y joyería en vidrio pero también por los audiovisuales que hemos producido, mostrando lo que hace Núria, (mi epicentro de todo), cómo lo hace o simplemente buscando una excusa para pasarlo bien con la inestimable ayuda de nuestros colegas. Todo ello con unos medios técnicos más propios de Pedro Picapiedra. El año que viene igual mejoramos un poco en ese aspecto. Probablemente hagamos un esfuerzo para conseguir tecnología del siglo XXI. Queremos presentar, con el genial Hugo Izarra de por medio, un falso documental sobre el mundo del reciclaje en la tercera edición de Reciclamadrid, donde ya hemos tenido la suerte y el honor de proyectar dos de nuestros cortos en los últimos dos años. Basura Humana y Reciclator. Dos cortos que difícilmente encontrareis en el Top Manta. Merecen otro artículo. Pero tiempo al tiempo...

* Publicado en Delirio gracias a la generosidad infinita de su directora...

My brother

Human Trash

Las doce de la noche. La maldita hora de las brujas. Un bar de ciudad. Un nombre curioso. El Paraíso. Y sólo dos personas en ese paraíso. Desgraciadamente están vestidas. La camarera, con una paciencia infinita, soporta los últimos estertores de su cliente. El cliente, acostado sobre la barra, apura el último trago de algo que debe llevar mucho alcohol. Su tráquea está inmunizada. Su hígado sigue sufriendo en silencio. Otro drama urbano...

- Ponme una copa más, Joana... - pide el cliente con apenas un susurro de voz.
- Esa no es una buena idea, Roc. Has bebido demasiado – contesta ella con dulzura.
- Una más, por favor. Una más y me largo. Sólo una puta copa más... - suplica él.

Joana conoce la triste historia de Roc. Tal vez por eso le sirve una puta copa más. Roc se la bebe. Porque sabe que sólo bebiendo en abundancia su mente no le tortura con lamentables recuerdos. Sólo bebiendo a mares su cerebro se sumerge en un océano sedante, frío y libre de peces. Un océano muerto que desde hace meses oscurece el ya tenue brillo vital de Roc. Un océano negro como la realidad que, una vez más, envuelve lentamente al pobre muchacho...

Roc despierta. Está tumbado sobre algo que bien podría ser una cama. Evidentemente no es la suya porque huele bien. Echa un vistazo a su alrededor sin apenas mover la cabeza, en un gesto camaleónico que no le honra. Todo está terriblemente oscuro. Silencioso. Lo que más le preocupa a Roc es la ausencia de dolor de cabeza. Lleva meses con la desagradable compañía del dolor de su cabeza todas las mañanas. Lleva semanas con una jodida resaca diaria. No sentirla le hace pronosticar lo peor, porque el cerebro es cruel por naturaleza...

- Levántese, por favor – suena una voz en la cabeza de Roc.
- ¿Eh? - balbucea Roc sorprendido.
- Levántese. No tenemos todo el día – repite la voz.

Roc se incorpora, duda hasta dos veces en un breve espacio de tiempo y se levanta. Delante de sus narices aparece, entre la penumbra, una mesa con un tipo detrás. El tipo, de inquietante aspecto, le señala una silla, invitándolo a sentarse. Roc obedece sin oponer resistencia.

- Muy buenas – saluda el tipo a Roc.
- ¿Estoy muerto, verdad? - pregunta Roc alarmado pero sin tapujos.
- ¿Le parezco una enciclopedia, señor Roc? No. Y ¿sabe por qué no? Yo se lo diré. Porque no soy una jodida enciclopedia, señor Roc – contesta el tipo.
- Oh, Dios mío, estoy muerto... - afirma Roc, lloriqueando.
- Por favor, señor Roc. Deje de gimotear como una nenaza. Y escúcheme bien. Le voy a contar una historia fascinante. Mi historia. Yo soy un Reciclator. Mi función vital es reciclar la basura. Mi especialidad, la basura humana... como usted. Es un trabajo asqueroso pero a) Alguien tiene que hacerla y b) De alguna manera me pagan bien. Si consigo reciclarlo, y no hablo de mejorarlo convirtiéndolo en una babosa, lo puedo reinsertar en lo que usted llamaría su realidad. Si no consigo reciclarlo... bueno esa es una triste historia llena de fuego, dolor y tinieblas...
- Cuéntemela... - suplica Roc. Soy una persona curiosa...
- Acompáñeme – le ignora Reciclator.

Reciclator lleva a Roc a un lugar extrañamente familiar, decorado por un interiorista que tuvo alguna pesadilla sobre un taller artesano o un laberinto con muchoes Minotauros. O ambas cosas. Roc observa a varias personas trabajando en el lugar. Los trabajadores, con movimientos repetitivos y armónicos, no levantan la cabeza de lo que llevan entre manos.

Reciclator acompaña a Roc hasta una mesa donde un muchacho delgado y febril, calienta vidrio en un soplete mientras murmura constantemente el nombre de Wellington. Aunque se muestra hábil con las manos, da señales de que su tren del razonamiento descarriló en algún lugar lejano.

- ¿Quién es? - pregunta Roc. Me resulta familiar...
- Lo dudo – contesta Reciclator. Se trata de Ferran, un auténtico despojo humano. Fumador habitual de pieles de plátano. Cuando llegó aquí no recordaba ni su nombre. Le hice creer que era Napoleón Bonaparte para mejorar su autoestima y al principo funcionó... pero desde hace dos días, cada vez que se le rompe una figura de vidrio acusa al Duque de Wellington.
- ¡Maldito Wellington! - grita Ferran al romperse el caballo que estaba haciendo en ese momento. ¡TE MATARÉ, MALDITO BASTARDO INGLÉS! - ruge con una buena dosis de ira incontenible.
- Enfermera, una mamada al vidriero loco para que se calme, por favor – ordena Reciclator. Ya ve usted que nos gusta tratar bien a nuestros clientes, por llamar de alguna manera a toda esta gentuza...

Roc tarda algunos segundos en alejar su mirada de la maravilla de enfermera que acababa de aparecer junto a Ferran... pero la zarpa de Reciclator lo agarra con firmeza hasta llevarlo a un rincón lleno de botellas vacías.

- Bien, bien, bien. Este va a ser, a partir de hoy, su lugar de trabajo. Le voy a contar en qué consiste. Es tan sencillo que hasta alguien tan estúpido como usted lo entenderá. Esas botellas que hay aquí, son una metáfora de todas las que se ha bebido en los últimos meses. Ahora usted deberá cogerlas una a una y grabar sus recuerdos en ellas. Los buenos recuerdos, los malos recuerdos, los recuerdos calientes, los recuerdos de mierda... absolutamente todos.
- Yo no sé grabar – dice Roc algo sombrío.
- Claro, claro – responde Reciclator. Usted no sabe grabar porque no es un aparato de radio cassette, ¿verdad? ¿VERDAD?
- No - dudó Roc.
- Pues ahora SÍ. Porque yo soy un jodido mago. Ahora usted es un precioso aparato de radio cassette, yo le doy al REC – dice Reciclator tocando la frente de Roc - y puede grabar todas esas botellas con sus recuerdos. Empiece y no pare hasta que termine la última de ellas – ordena Reciclator antes de desaparecer.

Roc coge una botella, inseguro de lo que debe hacer con ella al estar vacía por dentro, y la acerca al torno. Sin saber cómo, empieza a tallar en el vidrio el primer recuerdo que pasa por su mente. Es un recuerdo triste. Razonablemente malo. Y difícil de pulir. Una vez terminado ese recuerdo, siente la necesidad de coger otra botella y tallar el segundo recuerdo, un recuerdo tan absurdo que inunda sus ojos de lágrimas. Cada recuerdo tallado en vidrio genera la imperiosa necesidad de empezar a grabar el siguiente. Talla uno tras otro todos y cada uno de los recuerdos que le curtieron el alma. Y los que se la jodieron. El espacio y el tiempo se fusionan en la mente de Roc, dejando de fluir o fluyendo a velocidad lumínica. Incansable, Roc consigue terminar con todas las botellas. Es entonces, después de casi una eternidad, cuando Reciclator vuelve.

- Un trabajo formidable señor Radio Cassette. Impresionante – sentencia Reciclator.
- Me llamo Roc, señor – contesta el muchacho con humildad.
- Roc, sí, claro. Ahora señor Roc, seleccione de todos sus recuerdos grabados los peores... no los malos, los que realmente le han jodido la vida... y láncelos contra esta bonita pared de ahí – ordena Reciclator.
- Pero... pero se romperán... - aporta Roc.
- Es usted un observador nato de las leyes físicas de la naturaleza ¿Se romperán? Pues claro que se romperán, idiota. De eso se trata. De romperlos. De eliminar los putos recuerdos de mierda para poder acabar de una vez por todas su jodido reciclaje y enviarlo de vuelta a la realidad de donde vino... Lo antes posible... Rompa sus peores recuerdos, señor Roc.

Roc selecciona cuidadosamente las botellas grabadas con sus peores pesadillas, sus peores momentos, sus recuerdos de mierda. Y los lanza, uno a uno, contra la pared, destrozando en mil pedazos cada uno de ellos. Y entra en un estado de euforia. Y enloquece lanzando sus peores recuerdos contra la jodida pared. Al cabo de un rato. Cuando termina, se siente un hombre distinto...

- Tome. Ahora me barre todo este estropicio que ha organizado – le dice Reciclator ofreciéndole una escoba.
- ¿Qué? - responde Roc incrédulo.
- Que barra, coño. Que ha dejado todo esto hecho una mierda...

Roc barre sus pésimos recuerdos lentamente, hechos trizas, arrinconándolos en una de las esquinas del lugar. Más tarde aparecen unos tipos muy grandes que los meten en dos carretillas. Reciclator se acerca nuevamente a Roc:

- Con los residuos del vidrio, hacemos una especie de sopa donde introducen a todos aquellos que no superan el proceso de reciclaje. Una sopa deliciosamente caliente...
- Aaah – contesta Roc.
- Te vas – le dice Reciclator con una sonrisa.
-¿Cómo? - pregunta Roc
- Así – contesta Reciclator dándole una enorme ostia que le cruza la cara.

ROC abre los ojos y ve claramente el techo de su casa. Se toca la mejilla. Sabe que ha pasado algo muy grande pero no tiene ni idea de lo que ha sido. Mira hacia la mesilla de noche donde siempre ha tenido un despertador. Son las ocho de la mañana. No recuerda qué día es. Su mente lucha incansable contra algo que no sabe reconocer. Y pierde. Roc trata desesperadamente de saber qué pasa pero sigue sin pasarle nada. Nada malo. No siente dolor en su corazón. Y eso le hace jodidamente feliz. Sonríe. Vuelve a mirar hacia su mesita de noche y entonces la ve. Una botella de vidrio grabado con un tipo que le sonríe. Y cuando trata de levantarse para cogerla, una mano dulce, tierna y delicada le agarra por el pelo estirándole salvajemente mientras le suplica:

- Quédate un poco más, cariño... hoy es Domingo de Resurrección...

Concierto

Creo que tenía 14 años cuando fui a mi primer concierto. Todavía no me afeitaba y eso me hacía muy feliz. Tocaba Iron Maiden en Barcelona, con Accept, un grupo alemán casi desconocido por entonces, de teloneros. Cuando sonaron las primeras notas del tema Fast as a Shark, una sacudida eléctrica me crujió toda la columna vertebral. Mientras pedíamos a gritos un inaudito bis a los Accept, Iron Maiden entraron en escena con todo el equipo y me llevaron al nirvana. Aquello era un puto sueño. Regresé con mis colegas andando, flotando desde más allá de la Plaza Espanya hasta el Clot. Llegué a casa a la 4 de la madrugada pero mis padres no estaban. Y estuve alucinando gracias al heavy metal durante toda mi adolescencia...

En 1998, ya con 31 años, mi adorable Mitad me regaló unas entradas para ir juntos al concierto de Iron Maiden en Badalona. La banda británica había dejado escoger a sus fans, mediante una encuesta en Internet, los temas de la gira. El sueño de todo heavy pureta. Soy incapaz de describir lo que sentí durante todo aquél jodido concierto. Era feliz. Terriblemente feliz. Entramos en el pabellón justo en el momento en el que Churchill nos decía “and never surrender”: Aces High lo llenó todo. Cada temazo que tocaban se vinculaba rápidamente con momentos de mi vida. Fue maravilloso. Revelations o Hallowed be thy name lograron erizarme el vello, ponerme la piel de una jodida gallina. Pero fue mientras sonaban los coros de Fear of the dark, cuando mi cuerpo y mi alma se separaron durante varios segundos...

Hoy estuvimos en Razzmatazz, viendo a Mürfila en directo. Tengo ya 43 años, dato importantísimo para mis biógrafos no autorizados. Confieso que no había oído hablar de Mürfila hasta hace relativamente muy poco. Sigo anclado en los 80 y me gusta. Mi adorable Mitad me la descubrió y Youtube hizo el resto. Fuimos a uno de sus conciertos y su versión de I love rock'n'roll me cautivó. Como soy un buen padre, me regalaron su tercer disco, I love Ü. Así que hoy repetimos experiencia pero conociendo mejor algunas de sus canciones. En el primer tema apenas se escuchaba su maravillosa voz. Afortunadamente, los técnicos lo han resuelto cuando ha empezado a sonar Problemas, un temazo que en directo no tiene nada que envidiar a mi venerada Fast as a shark. Y esa sacudida eléctrica ha vuelto a recorrer mi columna vertebral. Mürfila me ha rejuvenecido 30 jodidos años durante casi una hora y ha dibujado una sonrisa idiota en mi rostro que todavía me dura. Y nos ha regalado un directo auténtico, brutal, único... rock'n'roll en estado puro. Ha convertido su canción Me pones en un jodido himno que nos ha enloquecido y después de tocar algunos de sus mejores temas ha terminado el cocierto con la deliciosa Azul y gris. Y de vuelta a casa, paseando, mi Mitad y yo nos hemos confesado. A ambos nos sucede lo mismo. We love Ü, Mürfila...

miércoles, 3 de agosto de 2011

Nutopia II

Realidades III

La puerta quedó entreabierta unos diez centímetros, dejando escapar algo más de luz... sin embargo no pude ver a la persona que había detrás de la misma.

- Buenas noches y perdone que le moleste a estas horas. Me llamó Ángel Sánchez y he sufrido un accidente de circulación. Después de andar sin demasiada suerte durante un buen rato, vi una luz y pensé que tal vez pudieran ayudarme. Sólo necesito hacer un par de llamadas, mi teléfono móvil quedó averiado en el accidente...

Obtuve silencio como respuesta. Fuera quién fuese que estuviera detrás de la puerta no me creyó demasiado convincente. Volví a la carga...

- Mire, sé que es muy tarde y que hay mucho desaprensivo suelto, así que le propongo otra cosa. Yo le doy algunos números de teléfono, usted hace un par de llamadas y si es necesario esperaré aquí fuera, en su bonito jardín. ¿Qué me dice?

Obtuve como respuesta más dosis del mismo silencio. No podía esperar más. Mi cabeza, costillas y rodilla seguían doliéndome y tenía que verme un médico. Le suplique:

- Por favor, llame a un médico mientras espero fuera, de acuerdo. O si lo prefiere avise a la policía, pero por lo que más quiera, ¡haga algo!

Mi paciencia es finita, así que después del tercer silencio opté por empujar la puerta con cuidado para no dañar a la persona que había detrás. Para mi sorpresa, la puerta no ofreció ninguna resistencia y me vi dentro de la casa rodeado del mismo silencio, que por cierto, empezaba a crispar mis nervios.

Olesa II

Cerré los ojos con tanta fuerza que aparecieron patas de gallo para hacer caldo a todo un regimiento. Hice un esfuerzo mental. Y entonces lo entendí. Lo vi claro. Diáfano. Nuestro Protagonista iba de estupefacientes hasta el culo. Descarté que se hubiera vuelto loco porque para eso hay que estar cuerdo y nuestro Protagonista vive afincado en la estrecha línea que separa ambos términos. Pero estaba claro que teníamos un jodido problema. Ni cocina, ni lavabo, ni dormitorio… ni Protagonista.

- ¿Quién te has creído que eres para despertarme un domingo a estas horas y decirme que os venga a buscar a una cafetería? Badmilk, badmilk… yo también tengo badmilk – me dijo casi gritando mientras el nudo de mi estómago crecía por momentos.

- Ulises, ¿estás bien? – me sorprendí a mi mismo haciendo esta pregunta tan idiota. Era evidente que nuestro Protagonista había perdido el juicio. He visto documentales donde explican que las drogas de diseño te atacan al cerebro muy deprisa; un buen día eres cantante y artista, y al día siguiente un cubano loco.

JA JA JA… JA JA JA… (aquí iría una risa demasiado larga para mi sistema nervioso) - El que hubiera sido nuestro Protagonista emitió una risotada diabólica. O estaba loco o estaba poseído por el diablo. O ambas cosas. El cortometraje a tomar por culo. ¿O no?. Escuché el ruido de fondo. La jodida cafetería. Estaba con ellos. Hijo de la gran puta. Estaba con ellos. Con el equipo. Que cabrón. Tuve una reacción química en mi cuerpo difícil de explicar para alguien que no ha hecho el COU. Me lo había tragado. Me había desayunado su extraordinaria interpretación. Estaba a punto de vomitar…

- ¿Dónde estás? – me preguntó con su tono de voz más zalamero.

- Quiero matarte, cabrón. Me has dado un susto de muerte – le dije tratando de recuperar algo de riego sanguíneo. Estoy en la calle Roser o algo así – le contesté mientras pensaba que un capullo como yo no podría haberse perdido en un lugar mejor.

- Vas en dirección contraria, cariño. Da la vuelta y ven para aquí. Te estamos esperando – su tono volvía a ser el habitual en él. Dulce. Mi ansia de sangre era sólo equiparable a la de Drácula.

Recuperé el pulso. Respiré hondo. Arranqué el coche y di la vuelta. Aparqué y llegué a la cafetería cinco minutos después. La cara de complicidad de los miembros del equipo que no estaban dormidos era insultante. Vero seguía durmiendo sobre un café con leche. Nuestro Protagonista estaba con una sonrisa de oreja a oreja. Nos dimos dos besos. Y mientras me tomaba un café tuve el convencimiento místico que esa jodida mañana todo iba a salir de puta madre.

martes, 26 de julio de 2011

La espera

Soledad

Cada día que pasa me siento más frío y solo. Estoy al filo de la locura. Qué demonios, estoy loco. Llevo demasiado tiempo lejos de él, sin sentir su calor, sin notar sus caricias. Me siento inútil sin tener sus manos cerca. Nada tiene sentido. El tiempo ha dejado de existir en la oscuridad que me envuelve. Ojalá pudiera llorar para expulsar el óxido que corroe mi alma. Algunas veces pienso que soy prisionero de mi propia locura. Quiero morir, quiero dejar de existir, quiero dejar de pensar…

El grito viene de fuera. Un escalofrío recorre mi ser. Algo que no puedo describir con palabras me dice que ha vuelto. Quisiera decirle donde estoy pero es innecesario. Oigo sus pasos cada vez más cerca. Una mano, fuerte y decidida, me arranca de la triste oscuridad de los últimos años. Su mano ha cambiado pero reconozco su forma de acariciarme. Siento su sonrisa reflejada en mi filo y el calor de mi dueño templa mi fría empuñadura. Otra vez juntos. Mi niño ha vuelto…

Realidades II

- David, por favor, abre la puerta. Debe ser el chico del supermercado con la compra de esta mañana.

David, algo molesto, dejó de ver su serie de dibujos animados preferida durante unos segundos y se acercó a la puerta. La entreabrió lo suficiente como para ver que no había nadie al otro lado, dio media vuelta y volvió a disfrutar de sus héroes televisivos.

Reposo

Discurso

Buenas tardes a todos… Si me ven muy colorado, les aconsejo que se escondan bajo las hermosas sillas donde reposan sus posaderas. Padezco de combustión instantánea…

Llevo toda la semana tratando de memorizar este estúpido texto. Sin éxito, por supuesto. Finalmente he pensado que si su majestad lee los discursos que le escriben, yo también debería poder leer los que me preparo…

No quisiera ponerme místico pero, que yo esté la tarde de hoy recogiendo este premio es una evidencia más del extraño sentido del humor que tiene Dios. Podría estar toda la tarde dando las gracias a un montón de personas, pero he preferido ser injusto como la vida misma. He buscado y hallado en Internet, un fichero oculto de la antigua biblioteca de Alejandría, un pequeño relato de autor anónimo que me gustaría leer, a modo de metáfora, parábola o hipérbole. Como mi nivel escrito de alejandrino es muy justito, pido perdón por anticipado si algún párrafo no tiene mucho sentido:

“Había una vez un desierto. Un desierto de ideas. Lleno tan sólo de arena. Un día muy lejano, fue atravesado por un alquimista de las palabras llamado Josué Ruí. Sólo cuando la Luna vistió el cielo de estrellas, Josué decidió descansar. Y se durmió. Y soñó. Y el desierto escuchó los sueños del alquimista.

A la mañana siguiente, se deslizó del bolsillo de Josué una semilla mágica, marcada con la letra C, de cardo borriquero. Y el alquimista siguió su camino.

Y pasaron muchos años, antes de que una hada jardinera, llamada Nunut, siguiera los pasos del alquimista y se tropezara con un patético cardo borriquero del tamaño de un pollo. Como era una gran persona mágica y mejor jardinera, regó con agua al pobre cardo antes de echarse a dormir. Y soñó. Y el desierto escuchó los sueños de la hada.

A la mañana siguiente, el cardo había crecido como por arte de magia y presentaba orgulloso el tamaño de un pingüino adulto. Nunut, maravillada por semejante hecho milagroso acaecido durante su periodo de vigilia, decidió quedarse unos días más al cuidado del curioso vegetal.

A la semana, ya podía divisarse desde varios puntos del planeta un frondoso oasis de cuatro mil hectáreas con un cardo borriquero en el epicentro. Y Nunut permaneció algún tiempo más en aquel extraño lugar...”

El relato, plagado de pergaminos ilustrativos demasiado grandes para traerlos y mostrarlos sin la ayuda de esclavos, continuaba unas mil quinientas páginas más. Pero creo que este fragmento es un buen epílogo.

Todo lo que existe tiene un principio y un fin. Así pues… FIN.

Realidades

No fue una gran idea pasar el fin de semana fuera de Barcelona. Tampoco lo fue coger el coche. Era demasiado tarde, había demasiado silencio y yo estaba demasiado cansado. Además lloviznaba. Desperté asustado, después del fuerte impacto, con el coche en la cuneta de aquella carretera comarcal, parcialmente empotrado en un enorme árbol. La puerta estaba entreabierta por el golpe y me arrastré como pude hacia el exterior. Tumbado boca arriba y viendo aquel maravilloso cielo estrellado, inicié mi particular parte médico. Me dolía la cabeza en general y particularmente el chichón que había aparecido en mi frente. Seguro que tenía alguna que otra costilla rota y mi rodilla derecha sangraba un poco...

Anduve bajo las estrellas sin que por mi vida se cruzasen las luces de ningún vehículo salvador. Esa carretera que tantos fines de semana había recorrido, siempre fue poco transitada. Por eso me gustaba. Cuando ya había decidido pasar la noche junto a una bonita señal de “prohibido adelantar”, vi una luz a lo lejos que bien podía ser la de una vivienda. Aquella zona estaba siendo colonizada rápidamente por los nuevos ricos. Tarde un poco en acercarme lo suficiente como para apreciar que se trataba de una antigua masía de dos plantas, pintada toda de blanco. La luz escapaba de una de las ventanas de la planta baja, protegidas por fuertes rejas metálicas. Traté de acomodarme la ropa, arreglar un poco mi pelo y llamé a la puerta con tres golpes secos...

Siempre libre

Rojos

Era Nochebuena. Una más, bajo un cielo limpio, despejado... magnífico; con luna llena incluida en el lote. Pasando un poco de frío entre mis cartones, en el oscuro fondo de un callejón sin salida que da a una de las avenidas principales de mi ciudad. En otra vida fui un ejecutivo; joven, altivo, arrogante, egocéntrico. Con mucho dinero y con demasiadas prisas. Arrollando, pateando y pisando a todo aquél que se me pusiera por medio. Yo era un auténtico cabrón.

Uno de mis muchos defectos por entonces, era que jamás obedecía a los hombrecillos rojos de los semáforos. Ellos me advertían siempre con su luz que debía detenerme. Yo solía atravesar media ciudad, sin prestarles atención. Hasta aquel día. Un veinticuatro de diciembre, dos chicas que iban en una motocicleta acabaron debajo de un camión al intentar con éxito no atropellarme. Por enésima vez, cruzaba una calle con el semáforo en rojo. Eran muy jóvenes... y bonitas. Acabé con sus vidas. Murieron en el acto... y yo, aunque parezca increíble (juicio e indemnizaciones aparte) morí con ellas...

Pero eso fue en otra vida. Una vida que trato de olvidar. Ahora sólo soy un pobre y desquiciado alcohólico que malvive en la calle, de la bondad y las limosnas de los demás.

Bebí un par de tragos más para celebrar que llegaba el día de Navidad y me quedé dormido. Soñaba que comía un delicioso pavo asado con ciruelas de guarnición y bebía el más exquisito y burbujeante de los cavas... cuando escuché aquellos gritos. Gritos que, en lugar de pedir pavo, pedían auxilio. Eran chillidos de muchachas. Me dolía un poco la cabeza y no supe hasta pasados unos segundos si estaba despierto, soñando o muerto. Como vi la luna deduje que todavía era de noche. Las luces de la gran avenida también iluminaban parte de mi estrecho callejón. Sin embargo, donde yo estaba estirado – protegido por mis cartones - reinaba la oscuridad.

A unos cinco metros de donde me encontraba pude distinguir un grupo de jóvenes. Había dos chicas, que evidentemente eran las que gritaban, y media docena de chicos. Ninguno de ellos tendría todavía veinte años. Dos de los jóvenes más robustos habían cogido a las chicas por detrás y les tapaban violentamente la boca con sus enormes manazas. Un tercero golpeó el estómago de una de ellas (la que más se revolvía), mientras le arrancaba la blusa, dejando al descubierto dos alucinantes pechos; empezó a lamérselos con asquerosa lujuria mientras la parte más oscura de mi ser ardía en deseos de imitarle. La otra muchacha estaba siendo magreada salvajemente por tres de esos cabrones, que ya habían conseguido quitarle los pantalones.

Me levanté sin apenas pensar lo que estaba haciendo. La parte menos oscura de mi espíritu estaba empezando a sentirse mal. Tras un pequeño sobresalto entre el grupo de jóvenes violadores (por la repentina aparición de un tipo de entre las sombras), dos de los gorilas sonrieron y vinieron hacia mí. Se habían percatado de que yo no era Batman...

Recibí un puñetazo en el estómago y tras dos segundos sin respirar, vomité sobre uno de ellos. El tipo exclamó unas cuantas lindezas sobre mi persona, por las cuales deduje que no íbamos a ser amigos. Esquivé una bota que iba directa hacia mi cabeza y aquél segundo gilipollas resbaló en mi vómito cayendo de espaldas sobre el mismo. Se puso también perdido. Aquello apestaba y les sentó fatal. A ambos. Ya no sonreían. Se estaban enfadando... y mucho.

Gateé como pude hasta donde estaba el resto del grupo. Las chicas tenían los ojos llenos de lágrimas, unos ojos que parecían haber albergado esperanzas con mi aparición. Pobres criaturas. Ambas estaban ya casi desnudas. Me parecieron preciosas.

Mientras permanecía hipnotizado por los maravillosos encantos físicos de las chicas noté que me levantaban aquellos dos energúmenos y me lanzaban con violencia contra una de las paredes del callejón. Reboté, y siguiendo una parábola perfecta, acabé contra el suelo. Boca arriba, como una pobre tortuga. Pude ver como unos ojos inyectados de sangre se acercaban a mí. Había cortado el rollo de aquellos desgraciados, al menos momentáneamente, y no parecían dispuestos a olvidarlo fácilmente.

De una patada que casi me revienta los intestinos fui a parar a la avenida principal. No había ni Dios. Dios suele pasar la Navidad en las casas de la gente de buena voluntad...

La avenida estaba iluminada por viejas farolas, deprimentes luces navideñas en forma de arboles e infinidad de semáforos. Mientras mi boca sangraba, me fijé que todos los semáforos estaban en rojo. Esta Navidad no trabajaba ni Dios ni los de tráfico, pensé. Por cierto, y hablando de trabajar, ¿donde estaban ahora los policías municipales que tantas veces me incordiaban durante el día?

Aquellos animales me volvieron a levantar y volé justo hasta el centro de la calzada. Me dolía absolutamente todo. Pero me levanté. El vino estaba haciendo milagros. Me importaba un bledo todo. Si tenía que morir, moriría. De todas formas ya estaba muerto. Cuatro de los tipos vinieron hacia mí, mientras los otros dos mastodontes seguían sujetando a las chicas en el callejón. Respiré hondo, busqué fuerzas donde no existían... antes de quedarme boquiabierto. ¿Era el vino o cientos de hombrecillos rojos estaban saliendo de los semáforos al unísono, dirigiéndose en formación militar hacia donde estábamos?. Al acercarse, se dividieron en varios pelotones. Había cientos. Miles. Y muchos más iban apareciendo - a la velocidad de la luz, por supuesto - desde todos los rincones de la ciudad...

Mientras tragaba saliva, mezclada con un poco de mi propia y dulce sangre, pude contemplar como los hombrecillos rojos rodeaban a los seis cabrones. Y entraron dentro de sus cuerpos, penetrando orificios nasales, bucales e incluso anales. Los muy cerdos empezaron a ponerse “calientes” – pero no metafóricamente, sino esta vez de verdad -. Estaban “rojos”, como si estuvieran ardiendo por dentro. Vaya, era difícil no apreciar que realmente estaban ardiendo por dentro. Se quemaban. Se retorcían por el suelo. Sus expresiones reflejaban el horror de lo que estaban sufriendo, pero no salían gritos de sus gargantas. Supongo que sus cuerdas vocales habían dejado de existir. En cinco minutos se convirtieron en un montón de carbonilla, que una suave brisa se encargó de esparcir por media ciudad. Pobres asmáticos. Las chicas yacían inertes en el suelo. Agotadas por la tensión habían perdido el conocimiento. Me acerqué a ellas e intenté vestirlas con algunos de mis harapos que tenía entre los cartones. Las abrigué todo lo que pude y aproveché para besar sus labios; ocasiones así no se pueden desaprovechar...

Noté un intenso calor en mi espalda. Me di la vuelta... muy lentamente. Sabía exactamente quién o qué estaba detrás de mi culo. Había un grupo de unos doce hombrecillos rojos que, sin rostro, me sonreían. Parecía ser que ¿Dios? había estado haciendo horas extras, también en Navidad. Los hombrecillos rojos dieron media vuelta y desaparecieron a la misma velocidad a la que habían aparecido. Regresaban a su hogar...

Me puse mi mugriento abrigo de los domingos, cogí mi última botella de vino, una colilla de puro reservada para las grandes ocasiones y paseando por la avenida silbé un alegre villancico. Que demonios, por fin era Navidad.

Desesperanza

Llevaba media hora encerrado entre aquellos muros que olían a tiza, matemáticas y mortadela cuando mi estómago empezó a rugir con fuerza. La señorita Pepita, que después de superar su tercera depresión volvía a ilustrarnos en materia humanística, miró dos veces por la ventana esperando encontrar un león paseando por el patio de la escuela. Yo soñaba con la hora del desayuno igual que una ninfómana sueña con entrar en el vestuario de Los Angeles Lakers. Y todavía faltaba una hora y media para hincarle el diente al bocadillo que cada día me preparaba mi adorable madre. Busqué la cartera que tenía situada a mis pies. Ésta, entreabierta, mostraba sensualmente la puntita del bocata, delicadamente envuelto con papel de aluminio. La señorita Pepita seguía con un ojo en la pizarra y otro en la ventana, esperando que el felino que rugía en su imaginación entrara en nuestra clase y se comiera a doce alumnos. El hambre es muy malo. Así que, desafiando todos los peligros habidos y por haber, me incliné ligeramente hasta coger el bocata que tenía que saciar mi hambruna. Afortunadamente, el silencio no era una de las características fundamentales de nuestra clase, y pude desenvolver parcialmente el bocadillo con mucho éxito. El primer bocado me supo a gloria. El queso se deshizo en mi boca, volviendo locas mis papilas gustativas. El segundo mordisco atrapo una cantidad de pan y queso tal, que podría haber alimentado a varias tribus del tercer mundo durante dos días. Y entonces sucedió algo trágico. Mi estómago se revolvió y rugió una vez más, mientras un sonoro pedo se escapaba por entre mis nalgas. Su mirada desequilibrada me atravesó. El felino desapareció de la enfermiza cabeza de la señorita Pepita. El bocadillo fue requisado. Desesperanza...

lunes, 25 de julio de 2011

Mirada

Ranas

Hoy me he levantado muy temprano. Como siempre. Algo de ejercicio físico. Higiene personal completa. Búsqueda de las imprescindibles gafas. Elegancia al escoger las prendas de vestir. Todo normal, vamos.

Al pasar junto a la tienda de comestibles que hay junto a mi casa, he visto una interesante oferta de donettes de chocolate. No he podido resistir la tentación. Mientras pago hablo del tiempo. Del mal tiempo. Llueve mucho para ser tan temprano. Al tendero le da igual porque no piensa acompañarme hasta el coche.

Contento por la maravillosa adquisición de mi delicioso almuerzo, canto bajo la lluvia porque tengo un gorro de lana parecido a una esponja. Mi hermoso coche, un Reanault 19 blanco, está lejos, lo cual me empapa aún más.

¡Que limpio que ha quedado gracias a la lluvia torrencial! Soy feliz. Entro en mi coche chorreando y dejo los donettes en el asiento de mi derecha ¡Ups! El cinturón de seguridad quedó fuera y también se ha mojado. No importa. Quito la barra antirrobo, mientras estornudo un poco...

Pongo el frontal extraíble de mi radio casete, mientras miro con ojos de enamorado el paquete de donettes. ¿Y si me como uno? Pues vale... Pero al intentar abrir el paquete, empiezan a croar unas ranas. Flipo. Pero mucho, ¿eh? Miro dentro del paquete. Nunca se sabe. Hoy en día obsequian cosas muy raras a los niños. Nada. Las ranas siguen croando con una nitidez espeluznante. Mi cerebro trata de recordar si se ha lavado la cara. Mi corazón palpita. ¿He muerto de pulmonía?

Las ranas callan. Silencio sepulcral. Mi mente coquetea con la demencia. ¿Ha sido imaginación mía? Y unos cojones. Eran ranas. De repente, Fuel de los Metallica estalla dentro del coche a toda hostia. Mi corazón se enrosca en el esófago y dejo de respirar durante una eternidad. Los donettes caen de mis manos. Al agacharme a cogerlos me doy con la frente en el volante, que resiste el cabezazo con firmeza y dignidad a partes iguales. Que bien hacen los coches estos jodidos franceses...

Levanto la cabeza y miro a mi derecha. La chica que lleva diez minutos esperando aparcar donde ahora me encuentro, ha soltado una carcajada que se ha oído hasta con los cristales subidos... hija de puta.

Calma. Bajo el volumen ensordecedor del radio casete y trato de poner el coche en marcha con la poca dignidad que me queda. La chica, congestionada por la risa, no muere. Me voy cabizbajo a trabajar. Putas ranas…

Minero

La puerta se abrió brutalmente. Y en mi clase, la del segundo curso, primer grado de Formación Profesional Electrónica, entró un tipo alto. Moreno de tez, con una sombra bajo la nariz llamada a ser un poblado bigote, llevaba chupa de cuero con tachuelas metálicas y tejanos tan ajustados que seguramente le estaban cortando la circulación a la altura de las ingles. Supongo que por esa razón andaba como si le hubieran robado el caballo. Me pareció un tipo bastante duro y terrorífico.

Con su entrada se produjo un insólito silencio sepulcral (habida cuenta que en mi clase somos más de veinticinco chicos). Nos encontrábamos en nuestro primer descanso del día, después de una soporífera clase de matemáticas, rebosada de interminables problemas basados en ecuaciones de segundo grado, y antes de una excitante clase de catalán, con la única profesora más joven de cincuenta años que he tenido en toda mi etapa escolar...

Recorrió, rodeado de silencio, unos cuatro metros hasta llegar junto a la enorme pizarra y la mellada mesa donde se ubicaban normalmente los profesores. Nos miró a todos como si fuéramos su rebaño particular de borregos, escupió algo verde en el suelo y nos soltó una frase de presentación muy corta pero contundente:

- Me llamo Jorge Greñas... y soy de La Mina.

Para todos aquellos que no sean de Barcelona debo hacer un paréntesis y explicar que es La Mina. La Mina es el nombre que recibe un barrio marginal y marginado, muy próximo a la periferia de Barcelona. Uno de aquellos lugares que casi nunca aparecen en las guías turísticas. En círculos sociales bien informados en Realidad Cotidiana Barcelonesa, decir que eres de La Mina es como informar que eres inmortal o dicho de otra manera; recuerdas a todos los que te rodean que son muy mortales...

Dos segundos y medio después de tan breve discurso, y en medio del silencio que descubrió a tres o cuatro estómagos hambrientos, se levantó Quini, un tipo que podría darle una paliza a Conan el Bárbaro si ambos hubieran coincidido en el tiempo y le contestó:

- Pues que bien. Te vamos a llamar el Minero.

Y la clase entera explotó en forma de risa, haciendo añicos el silencio que milagrosamente se había mantenido durante casi dos minutos.

Aquí voy ha realizar un segundo y último paréntesis. Mi escuela, colegio o centro de Formación Profesional está repleto de tipos singulares y ciertamente atípicos para esa parte de la sociedad que podríamos considerar como normal. Yo he sobrevivido durante más de un curso entero gracias a mis habilidades negociadoras; a cambio de dejar copiar en los exámenes a todos los que tengo alrededor obtengo protección. Eso y un par de colegas (con los que compartí sexto, séptimo y octavo de EGB y que me tienen cogido afecto) me ha servido para convertirme en el primer y único empollón de la clase que no recibe ni una sola de la habitual ración de collejas que se reparten a diario.

Sigamos. El Minero se puso rojo de ira, tensó todos los músculos de su cuerpo (especialmente los que le sujetaban la enorme mandíbula) y la verdad es que las venas de sus ojos quedaron inyectadas de sangre. Sentí un poco de miedo. Algunas veces, cuando se reparten tortazos en cierto tipo de reyertas – ya sean individuales o colectivas -, suele caerte uno o varios golpes como sin querer, y la verdad es que Quini estaba sentado dos pupitres detrás de mí.

Miré con el ojo izquierdo a Quini mientras iba hacia Jorge Greñas; y con el derecho vi como éste bajaba su coloración facial rápidamente hasta llegar a un blanco cera que le daba un aspecto como de Drácula pero en versión macarra. Supongo que lo último que esperaba aquél pobre tipo era encontrarse con alguien que, después de su terrible pronunciación, se atreviera a responderle. Además, la clase entera se había envalentonado y aquella situación se le escapaba por momentos de las manos.

Todo aquello me recordó un poco a un circo romano; el valiente gladiador aparece en escena con su bonito uniforme; el público aguarda en silencio; y de pronto, en lugar de salir cuatro o cinco cristianos escuálidos, aparece un león de dos mil quinientos kilos que hace que el gladiador deseé haber sido carpintero como su padre...

El Minero intentó abrir la boca para decirle algo a Quini, pero antes de que fuera capaz de articular ni una sola palabra, éste sacó un bozal de perro (¿?) del interior de su bolsillo y a la velocidad de la luz se lo puso al pobre Jorge Greñas. La verdad es que sentí algo de pena por el pobre tipo. Aunque hubiera sido un poco chulo durante algunos segundos, estaba a punto de pagar un precio muy alto. Estaba pasando del cielo al infierno en tan solo tres minutos; y tal y como le iban las cosas no conseguiría el respeto ni del más tonto de la clase aunque viviera doscientos años.

Quini le ordenó que se pusiera a cuatro patas y le dijo que iban a dar un paseo por la clase. El Minero trató nuevamente de balbucear algo incluso con el bozal puesto, pero Quini le cogió por el cuello y le obligó a ponerse de rodillas. Mis retinas siempre recordaran a Jorge Greñas, el Minero, a cuatro patas con un bozal de perro puesto y dando dos vueltas enteras al perímetro exterior de la clase, ante las risas de absolutamente todos los presentes. Debo reconocer que, aunque Quini seguramente nos libró de un nuevo chulo, aquella situación me hizo recapacitar repetidas veces del papel que todos tenemos en el universo en que vivimos. Y el papel que le tocó interpretar al Minero aquél día fue patético.

Cuando Quini se cansó de pasearlo delante de nuestras narices lo soltó y el Minero, libre de bozal y de nuevo dueño, con su chupa de cuero con tachuelas y sus vaqueros ajustados fue a sentarse solo en un pupitre cerca del fondo, donde poder lamerse todas sus heridas, que no eran tanto físicas como psicológicas, aunque tampoco le hubieran ido nada mal un par de rodilleras...

Cuando la joven profesora de catalán entró en nuestra clase, la tormenta para el Minero había pasado. La profe nos miró a todos extrañada, detectando la alta cantidad de felicidad ambiental existente, reflejada en muchas caras que todavía seguían coloradas y congestionadas por la risa. Sin embargo, ella y sus pantalones ajustados concentraron rápidamente las miradas de todos los presentes e incluso Jorge Greñas, el Minero, esbozó una leve sonrisa. Y cuando empezó a escribir en la pizarra supimos que, al menos durante una hora, tendríamos otras cosas en que pensar...

Tortuga

Rafael miró hacia la verde y espesa copa del gigantesco árbol que tenía ante él. Si los árboles tuvieran ojos, la mirada de éste hubiera sido desafiante. Rafael respiró profundamente. Y una vez más, inició la escalada por el tronco de aquel viejo roble.

Tras cinco años de perseverancia, el pequeño quelonio había desarrollado unas zarpas y unos músculos jamás vistos en su especie. Rafael había evolucionado físicamente en un lustro lo que toda su especie en cuatrocientos. Si por desgracia algún día cayera en manos de científicos humanos, con toda seguridad lo catalogarían como tortuga mutante (con posibles inclinaciones hacia las artes marciales orientales más milenarias). Y seguramente acabaría sus días en un triste parque zoológico...

Observando con atención las evoluciones de la pequeña tortuga, se encontraba - entre otros muchos curiosos- Sabiola, el conejo.

“Ese maldito conejo blanco ha venido otra vez” – pensó Rafael, que no perdonaba a Sabiola haber tenido la lamentable pero inocente ocurrencia de pedirle a la pequeña tortuga si quería hacer una carrera con él. “Sabiola siempre se ríe de mi” – sentenció dentro de su pequeña mente. (La realidad, sin embargo, era otra muy diferente. Primero, el conejo se sentía solo y siempre buscaba alguien con quién jugar. Segundo, y más importante, Sabiola tenía una predisposición genética a la sonrisa y eso le hacia parecer cínico ante la parte más susceptible de la comunidad de animales del bosque. Pero en el fondo era un buen tipo).

A todo esto, Rafael ya había escalado casi un metro de árbol. Su tesón, su fuerza de voluntad y su coraje le mantenían pegado al tronco en un espectáculo casi mágico. Su hermoso caparazón brillaba, aunque mellado por cientos de caídas, bajo un espléndido sol de primavera. Cada movimiento suponía un esfuerzo físico y técnico desmesurado para alguien de su especie. Y por primera vez en la historia moderna de los reptiles, una tortuga sudó. La gota viajó desde la frente hasta la cola, atravesando el caparazón por dentro y provocándole no pocas cosquillas, que todavía complicaron más - si cabe - el vertiginoso ascenso.

Tras seis largas horas de tensión y sufrimiento extremo, Rafael llegó -por primera vez en toda su vida- a una rama lo suficientemente ancha como para que (después de una maniobra imposible) pudiera andar sobre ella sin perder el equilibrio. Estaba muy cansado. La emoción y el agotamiento hicieron que su corazón latiera con una fuerza inusitada, intentando hacer explotar su caparazón... sin éxito, afortunadamente. Pero también se sentía eufórico. Feliz. Exultante...

Y entonces, un rugido ensordecedor en forma de aplausos estalló. Era el reconocimiento de una parte de la comunidad del bosque (la más curiosa, sin duda) que, aunque nunca entendió por qué Rafael intentaba subirse al árbol, valoraba el esfuerzo de la pequeña tortuga.

Cuando llegó, más o menos, a la mitad de la rama escogida (donde ésta empezaba a estrecharse peligrosamente) el sorprendente quelonio se detuvo. Rafael observó una vez más aquel cielo que le maravillaba y le atraía desde hacía tiempo. Miró hacia un lado y luego hacia otro, y giró y giró durante un buen rato en aquella rama a modo de peonza acorazada, entre los vítores de su entregado, expectante e impaciente público.

Nadie sabía qué iba a suceder ahora. Sólo Dios adivinaba lo que estaba pasando en aquellos momentos por la cabeza del fantástico quelonio. Aunque tampoco lo comprendía demasiado. Pero bastante trabajo tenía Dios intentando comprender a los hombres como para molestarse en analizar qué diablos hacía una tortuga subida a un árbol. Así que cansado de tanto esperar, se fue a jugar a los dados, en contra de las creencias de algunos mortales, quizás demasiado ingenuos.

Rafael cogió aire nuevamente. Apretó sus encías (todo el mundo sabe que las tortugas no tienen dientes). Dio un pasito hacia atrás. Y se impulsó brutalmente hacia el vacío, moviendo sus cuatro patitas al unísono a modo de patéticas, estériles e inútiles alas, ante la mirada incrédula y horrorizada de todo su público. Y cayó en picado desde más de quince metros sobre la cabeza de Vamvi, un joven y despistado cervatillo que pasaba en ese momento por allí, rebotando de ésta hasta la fresca hierba que acabó de amortiguar su vertiginoso descenso.

Una vez en el suelo, Rafael comprobó con satisfacción que tenía todos los huesos enteros. (Vamvi estuvo inconsciente durante cinco días, pero finalmente se salvó. Aunque le quedaron algunas leves secuelas y una extraña tendencia a babear generosamente).

La mirada de la tortuga tal vez reflejaba perplejidad y sorpresa, pero nunca jamás desánimo ni rendición. Miró a su alrededor y pudo ver una vez más la sonrisa de Sabiola (interiormente el conejo estaba petrificado). No era el único que mostraba sus emociones. Había un par de ardillas de la parte sur del bosque que se retorcían con lágrimas en los ojos y Ernesto, el viejo búho, había dejado de respirar debido a la risa (el sapo Jeremías intentaba desesperadamente hacerle el boca a pico para reanimarlo). Rafael guiñó un ojo a una pareja de hermosos gorriones que le observaban desde su nido, miró hacia la copa del gigantesco árbol e inició de nuevo otro mítico ascenso.

La pareja de gorriones, con un semblante tan serio como triste estuvo en silencio durante unos segundos. Ellos no parecían divertirse con lo que estaba sucediendo. El silencio se mantuvo unos segundos hasta que la hembra, dada su condición de madre, no pudo más y rompió a llorar desesperadamente. Entre sollozos, le dijo a su esposo:

- Claudio querido, creo que ha llegado el momento de decirle a nuestro hijo Rafael que es adoptado...

Alegorías

Gato

- ¿Puedes enseñarme a follar, tío? – me dijo con aquellos ojos saturados de inocencia, que me ponían los pelos de punta. Me lo miré de arriba a abajo. Me lo miré de izquierda a derecha. Pero lo mirara como lo mirara, mi sobrino no era precisamente una hermosura de felino. Delgaducho tirando a enclenque; con un feo pelaje de tono grisáceo que cubría su más que previsible esqueleto; sin presencia, ni porte, ni apenas bigotes. Una ruina con patas, vamos...

- Claro que sí – respondí algo contrariado y forzado.

Porque mi querida hermana, a quién debo más de un centenar de favores, me había pedido aquella misma tarde que le echara una mano a su, ya no tan pequeño, retoño.

- Tú eres un golfo, Mishifú. Un golfo con mayúsculas. De hecho, la palabra golfo la inventaron para definirte correctamente. Así que esta noche te envío a mi Silvestre y lo llevas para que se estrene – sentenció con una helada sonrisa en su rostro, que no admitía nada parecido a un no como respuesta. Y te aseguras que no le den liebre por gata. Y me lo devuelves sano y salvo. Y antes de medianoche. No quiero que lo confundan con ninguno de los sinvergüenzas de la pandilla de Los Pardos – ordenó con firmeza.

Mi hermana mayor sabía perfectamente de todas mis hazañas. Eso era malo. El soborno se instaló en mi vida ya en plena adolescencia. Porqué desde siempre he sido un gato al que le ha gustado vivir la vida. Se cuentan muchas estupideces y mentiras sobre nosotros los gatos; por ejemplo, y valiente gilipollez, que tenemos siete vidas. De siete vidas, nada de nada. Una y si te descuidas, corta. Por eso he disfrutado de miles de aventuras. Y he tenido cientos de amantes. Llegar, ver y triunfar. Es lo que tenemos los gatos: siempre caemos bien...

Por otro lado, mi fama de gran seductor ya había traspasado fronteras. Las gatitas de otros barrios hacían cola para probar mi cola, cerca de los Cubos de Basura Humana, maravilloso lugar de encuentro. Así pues, no era de extrañar que mi hermanita pensara en mí, para que yo fuera el maestro que llevara de la mano a su hijo para atravesar la frontera de la virginidad.

- ¿A dónde me llevarás tío? – me preguntó mientras movía su pequeña cola, al son de una rumba del Gato Pérez que salía de un local nocturno.

- Vamos hacía los Cubos de Basura que hay al final de la Calle de las Farolas. He quedado allí con alguien para pasar un buen rato. Una sorpresa. Te gustará. Esta noche vas a vivir una experiencia única. Perderás tu virginidad. Esta noche vamos a follar – dije tratando de animarme un poco, sin éxito.

Paseando hacia nuestro felpudo destino nos cruzamos con Benito. Benito era un enano de mierda. Pertenecía a la banda de Don Gato, el mayor de los mafiosos, quién gobernaba toda la parte sur de la ciudad, además de ser el dueño y señor del Ratódromo. Aunque Benito en sí, no era peligroso, sino más bien pequeño, borde y gordo, sí lo era cuando utilizabas lo que yo llamo la perspectiva espacio-temporal: aunque alguien no parezca peligroso aquí y hoy, sí puede serlo allí y mañana. Como yo soy un tipo educado al que le gustaría vivir muchos años, le saludé con un cordial Buenas noches, Benito mientras él eructaba...

Llegando ya a nuestro destino, nos encontramos con uno de mis colegas de fechorías. Ydrahuliko, era un enorme gato persa de casí 30 quilos. Las malas lenguas decían que su madre, una tal Duquesa, había tenido un affaire con un elefante indio del circo Ringlin. Por eso, decían, era tan grande y fuerte. Si se lo proponía, era capaz de levantar coches pequeños con el lomo hasta volcarlos (y normalmente se lo proponía varias veces al día). Ydrahuliko, sin decir ni media palabra, me guiñó un ojo...

Llegamos al final de la calle sin más encuentros. Los Cubos de la Basura Humana estaban a rebosar de restos de deliciosa comida. Había varias latas y botellas de bebida, entre ellas mi favorita: Gatorade. Trozos de sardinas, patas de calamares, cabezas de gambas y pedazos de chipirones. Su olor estimulaba mis sentidos, particularmente el olfato. La luz de las farolas era tan tenue como siempre. Sin embargo, aquél silencio sepulcral me dio muy mala espina... allí había gato encerrado.

Entonces, de entre las sombras, apareció aquel bicho. Un perrazo descomunal y maníaco homicida, diríase por su rostro. Del tamaño de un Camión de Basura Humana. Con una completa colección de brillantes dientes. Con unas mandíbulas capaces de triturar rocas graníticas. Y con una boca que podía engullir a mi pobre sobrino de dos mordiscos...

- Venga, ¿a qué esperas? ¡Corre! – le grité.

Empezamos a dar vueltas alrededor de los Cubos de Basura Humana. Debo reconocer que me sorprendió ver a Silvestre corriendo siempre por delante. Aquel enclenque era un auténtico velocista. El miedo, pensé. Yo sentía el aliento del perrazo a mis espaldas. Sus ladridos se clavaban en mi culo, rebotaban, y luego se oían a kilómetros de distancia. Perdí la noción del tiempo dando vueltas y más vueltas alrededor de los Cubos. Me dolían las patas y aunque aquel perrazo no parecía más rápido que nosotros se me antojó que sí parecía más resistente. Debía encontrar una solución. Y lo antes posible. Pero mientras mis patas hacían un último esfuerzo, escuché la estúpida vocecilla de mi sobrino que me decía:

- Escucha tío, yo ya estoy un poco cansado, así que follamos dos vueltas más y nos vamos.

Perdidos II

Nos miramos por enésima vez; Jasper además de frío, sed y hambre tenía herido su orgullo. Desde que nos perdimos no paré de reprocharle el no saber leer el mapa. La verdad es que yo jamás quise intentar descifrarlo y Mendros lo hubiera utilizado para hacer fuego. Hablando de Mendros, éste parecía muy afectado, más por la falta de comida que por el frío glacial que se empeñaba en convertirnos en bonitos mamarrachos de nieve.

- Deberíamos intentar de nuevo encender un fuego Jasper, de lo contrario no veremos salir el sol.
- ¿Lloverá mañana? - preguntó, no sin esfuerzo, Mendros.
- No hay nada seco a nuestro alrededor Divad, ¿cómo quieres encender ese fuego?. Creí que después de la última intentona te dabas por vencido...
- La situación actual es desesperada, o encendemos el fuego o no lo contamos.
- Creo que exageras, y también creo que esto ya no puede empeorar...

En aquel momento un relámpago iluminó el cielo, seguido de cerca por un trueno que posiblemente despertó a todas las criaturas salvajes de los alrededores. Empezó a llover. Jasper podía ser un buen líder, pero jamás ganaría una moneda de oro como adivino. Empecé a rezar las pocas oraciones que había aprendido, para hacer mi entrada al otro mundo con buen pie. Tropecé con la raíz de un árbol y fui a parar de bruces al suelo. Justo un segundo más tarde un rayo pasaba a escasos metros de nuestras cabezas alcanzando su copa y partiéndolo en dos.

Lluvia...lluvia...lluvia. Durante más de una hora aguantamos el tremendo temporal que cayó sobre nosotros. Parecía como si el cielo no estuviera de acuerdo en que siguiéramos adelante con nuestro propósito. Aunque a estas alturas ni nosotros mismos sabíamos qué diablos nos proponíamos. Mi cabeza empezó a dar vueltas, mi cuerpo se cansó de obedecer a mi cabeza y el suelo golpeó con fuerza mi cuerpo.

Oscuridad. Traté de centrar todos mis sentidos. No lo conseguí. Intenté mover mis brazos. No lo conseguí. Sentí miedo, mucho miedo. Nunca esperé nada de la muerte, pero aquello era peor que nada. Era consciente de que estaba muerto, o al menos estaba convencido de ello. De pronto oí algo. Sonidos guturales, de ultratumba, iban acercándose a mí. Aquello era peor que una pesadilla. Súbitamente noté cómo mi alma era sacudida por vientos demoníacos, como las voces crecían en intensidad. El terror que se apoderó mi hizo que mis difuntos párpados se levantaran; ver a Mendros, a menos de un palmo de mi nariz, sacudiendo todo mi cuerpo y gritando como un poseso hubiera sido, en cualquier otra circunstancia, causa de pesadillas durante meses... Sin embargo le besé.

- Puaj !!!. Eso que has hecho es asqueroso.
- Lo siento Mendros, pero no he podido reprimir este impulso. No te puedes ni imaginar de dónde me has hecho regresar.
- Esta bien muchachos, dejad las escenas de amor para más tarde. Tómate esto Divad, te sentará bien. - Me dijo Jasper, al tiempo que me ofrecía un recipiente con algo que desprendía cierto calor.