martes, 26 de julio de 2011

Realidades

No fue una gran idea pasar el fin de semana fuera de Barcelona. Tampoco lo fue coger el coche. Era demasiado tarde, había demasiado silencio y yo estaba demasiado cansado. Además lloviznaba. Desperté asustado, después del fuerte impacto, con el coche en la cuneta de aquella carretera comarcal, parcialmente empotrado en un enorme árbol. La puerta estaba entreabierta por el golpe y me arrastré como pude hacia el exterior. Tumbado boca arriba y viendo aquel maravilloso cielo estrellado, inicié mi particular parte médico. Me dolía la cabeza en general y particularmente el chichón que había aparecido en mi frente. Seguro que tenía alguna que otra costilla rota y mi rodilla derecha sangraba un poco...

Anduve bajo las estrellas sin que por mi vida se cruzasen las luces de ningún vehículo salvador. Esa carretera que tantos fines de semana había recorrido, siempre fue poco transitada. Por eso me gustaba. Cuando ya había decidido pasar la noche junto a una bonita señal de “prohibido adelantar”, vi una luz a lo lejos que bien podía ser la de una vivienda. Aquella zona estaba siendo colonizada rápidamente por los nuevos ricos. Tarde un poco en acercarme lo suficiente como para apreciar que se trataba de una antigua masía de dos plantas, pintada toda de blanco. La luz escapaba de una de las ventanas de la planta baja, protegidas por fuertes rejas metálicas. Traté de acomodarme la ropa, arreglar un poco mi pelo y llamé a la puerta con tres golpes secos...

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