lunes, 18 de julio de 2011

La localización II

Sin comerlo ni beberlo, estábamos andando por las tranquilas y frías calles de Abrera. Frías de frío. Porque acostumbrado al clima tropical de Barcelona, el clima de Abrera me pareció polar. Mi Bruja, la Anfitriona y yo mismo andábamos hacia nuestro destino, que contado así queda como muy contundente, casi épico. La realidad era otra. Íbamos a casa de alguien que no conocíamos (bueno, Petra sí, pero como a Petra la acabábamos de conocer, no cuenta) a pedirle una mañana entera su cocina para rodar un cortometraje de bajo presupuesto. Era algo inaudito para mi persona. Supongo que se me pasará, pensé. Pero debo confesar que estaba nervioso.

Nunca olvidaré cuando nuestra Anfitriona, después de abrir la puerta de aquella nueva y desconocida (para nosotros) casa con llave, preguntó a su Cuñada desde la entrada: Traigo a unos amigos, ¿podemos subir? Y su Cuñada, desde el piso de arriba, preguntó en tono irónico: ¿Hay algún discapacitado? No, respondió Petra. Pues entonces que suban, se volvió a oír desde arriba. Éramos bienvenidos.

La Cuñada era igual de encantadora que nuestra Anfitriona. Lo gracioso del caso fue que, cuando le hablamos de rodar en su cocina una película, puso cara de susto al entender que Ulises estaba metido hasta las cejas en el proyecto. Petra, entre risas, le dijo: tranquila Cuñada, que no es porno. Yo no daba crédito a nada de lo que iba sucediendo a mi alrededor. Aquello daba para escribir un cortometraje surrealista que hubiera provocado insomnio a Woody Allen durante una semana. Por lo menos…

Aunque nuestra Anfitriona nos había presentado, creo que la Cuñada me confundió con Almodóvar, por las canas que me han salido persiguiendo al equipo, y nos mostró su cocina con entusiasmo moderado. La cocina era perfecta. Grande, espaciosa, con una ventana por donde entraba luz solar, una puerta por donde entrarían mi Hermana y la Meiga, y un portón de madera impresionante por donde, bien untado de mantequilla, podría pasar sin problemas Jabba el Hut. Los muebles eran, estéticamente, geniales para nuestra película, al estilo del cuento de Ricitos de Oro; también había un horno de leña y toda una serie de complementos que ni el mejor attrezzista hubiera conseguido.

Hicimos muchas fotos. Incluso rodamos algún video para luego comentarlo, café en mano, con la Directora y Mr. Sound. La Cuñada de Petra nos dijo que podíamos ir a rodar un domingo, previo aviso. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón tejano y me pellizqué un huevo. Al dolerme supe que no estaba soñando. En tan sólo una mañana habíamos conseguido el 98 por ciento de la localización. Nos la había regalado el Dios del Séptimo Arte, sea cual sea su nombre. Y sin embargo, el jodido milagro sólo había hecho que empezar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario