martes, 19 de julio de 2011

Apocalipsis

La metáfora del lindo perro pulgoso. Érase una vez un perro lindo. Un animal feliz. Un can que se dormía junto al fuego. Un bicho al que su amo amaba. Y le rascaba el lomo. Y le daba la mejor jodida comida para perros del mundo. Pero un triste y lamentable día, al perro le encontraron pulgas. Y su amo, un tipo poco comprensivo con los parásitos, le dijo que, o se deshacía de las asquerosas pulgas, o lo sumergiría en ácido sulfúrico…

Las pulgas son la humanidad. El perro es Gabriel. Y el amo es un tipo muy poderoso. Un tipo que cada vez que le cuentan la teoría del Big Bang se caga de la risa. Yo soy su pluma. Existo para contar. Y esto es el principio del fin…

Gabriel está sentado en la mesa más alejada de la salida de emergencia. Es lo que tiene acabar de entrar. Bebe leche fresca. Medita en silencio porque cuando habla solo acaba discutiendo. El humo impregna cada átomo de nuestra ropa, haciendo imposible la visibilidad más allá de dos metros.

Los chicos entran en el bar atropelladamente. No los podemos ver pero Gabriel ha sentido ya su presencia. Huelen a muerte y a gasolina. El mayor de los 3 no tiene 19 años. Gritan riendo y ríen gritando. Uno de los camareros los envía a una mesa cerca de nuestro rincón. Gabriel bebe un sorbo de leche y se le dibuja un bonito bigote blanco. La suerte está echada y apesta.

Uno de los chicos nos ha visto y se acerca sonriente. Mirad, este imbécil está bebiendo leche, colegas. El “imbécil” levanta la cabeza. Gabriel no está de buen humor. Se levanta bruscamente lanzando la mesa al quinto coño, contando desde la izquierda de la barra. De un golpe tan seco como brutal, arranca el corazón del chico más cercano, que se derrumba sin vida.

Cuando el puñetazo de Gabriel impacta sobre el segundo chico, en el bar se oyen gritos de diversa consideración. Gabriel se acerca hasta la barra, donde sigue el quinto coño retorciéndose por el golpe recibido mientras un tipo calvo y con gafas de sol le mete mano. Gabriel agarra una botella de Anís del Mono en un claro homenaje a Darwin. Vuelve junto al chico que lleva meándose casi un minuto. La botella atraviesa el abdomen del joven hasta partirle la médula espinal. Es posible que le duela si tose. Pero cuando su cara choca contra el suelo, afortunadamente ya está muerto.

Gabriel ha dejado lo mejor para el final. Es un poco sádico. El tercer chaval, el que estaba recogiendo sus muelas por el suelo del bar se ha erguido tambaleándose. Gabriel le agarra la cabeza con todas sus fuerzas y lo prende como si fuera una cerilla. El chico grazna gritando o grita graznando durante unos segundos que se hacen interminables, incluso para gente con empatía laxa. Muere quemado vivo en poco más de dos minutos, después de provocar un incendio en el jodido bar. A estas alturas de los acontecimientos, podemos oír más sirenas que Ulises en toda su puta vida. Gabriel me hace una señal inequívoca cuando arranca una ventana de cuajo y la lanza sobre varios coches que estaban bien estacionados. Nos vamos…

- ¿Dónde estamos exactamente? – me pregunta.
- Estamos en Alcalá de Henares, Señor. Cerca de Madrid. En la calle 7 esquinas, concretamente – respondo sumiso tras consultar mi GPS.
- ¿Te apetece un bocata de calamares? – pregunta Gabriel.
- Me encantan los calamares, Señor…

Los gritos y las sirenas se alejan en la oscuridad de una noche con luna de sangre. No hay vuelta atrás. Las pulgas están jodidas. Bienvenidos al Apocalipsis…

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