miércoles, 20 de julio de 2011

Una historia de mierda

Llevábamos ya dos días metidos en aquél túnel oscuro y pestilente cuando una diminuta luz encendió la esperanza en nuestros corazones. Truño empezó a correr hasta lo que parecía la salida, se oyó un flop, desapareció la lucecita y tuve la gran suerte de escuchar un listado completo de improperios, tan angustiosos como ahogados.

Me acerqué despacio hasta topar con mi colega, que parecía perfectamente encajado en lo que debería ser la salida del túnel de mierda dónde llevábamos deambulando las últimas 48 horas de nuestra vida. Le pregunté a Truño que como estaba y me respondió que demasiado gordo. Eso era cierto. Hice cálculos mentales sobre cuantos días tendrían que pasar para que mi colega adelgazara lo suficiente como para pasar por la estrecha salida del túnel. Descarté la idea porque las matemáticas siempre han sido un misterio para mí.

Le notifiqué a Truño que iba a empujarle con todas mis fuerzas. Se oyó un gruñido carente de fe. Concentré la poca energía que me quedaba en mis dos brazos y empujé con tanta fuerza que las vértebras de mi espalda decidieron desplazarse dolorosamente. Quedé tirado en el maloliente suelo, gritando de dolor y, aunque no me enorgullece contarlo, me desmayé.

Como el tiempo es relativo no sé cuanto rato estuve dormido en posición fetal. Noté que algo líquido me empapaba el cuerpo. Aquello, que podía haber sido agua hace un millón de años, ahora sólo era una papilla nauseabunda que podía matarme de asco en pocos minutos. Traté de erguirme y la espalda me recordó con una terrible punzada que había decidido desmembrarse. Me senté, literalmente hecho una mierda, pensando que ya nada podía empeorar la cosa. Por supuesto, me equivoqué. El nivel del repugnante puré iba aumentando peligrosamente para mi proyecto vital y Truño seguía taponando la puta salida.

Apoyé mi cuerpo en mi compañero de fatigas, mientras mi esperanza de vida se equilibraba con la de un africano del siglo XIX. Y entonces Truño se movió. Apenas unos centímetros. Pero se movió. Aquél jodido gordo de mierda se estaba deslizando. Empujé como pude mientras mi espalda se resquebrajaba. El líquido pestilente empezó a cubrirme. Las fuerzas empezaron a flaquearme. Y mientras Truño gritaba algo relacionado con una caída libre demencial y mucha agua, se escurrió por la salida. Y yo tras él, gracias a que la inercia no es una prostituta enfermiza. Caimos durante unos segundos que me parecieron eternos. Impactamos con el agua, que afortunadamente estaba helada.

La situación había mejorado. De morir en aquél agujero de mierda a morir bajo aquellas aguas heladas iba un buen trecho. Volví a la oscuridad. Mi espalda dejó de dolerme y un punto de luz se materializó al final del nuevo túnel. No me había sentido tan bien desde hacía siglos. La luz se hacía cada vez más grande y mi sensación de bienestar era celestial. Hasta que noté que me agarraban por el cuello . Era Truño. Mi colega. Mi salvador. Mi espalda ardió junto a mi deseo de vivir y la llama fue tan grande que nos calentamos en ella e hicimos una barbacoa con dos liebres que cazamos… y el resto es historia. Una historia de mierda…

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