lunes, 18 de julio de 2011

Olesa

Suena el despertador a las siete y media. Es domingo. Genial. Mientras mi Bruja se pone guapa yo repaso la lista de atrezzo; luego me visto con ropa que huele a perro para no despertar deseos sexuales hacia mi persona. Soy un humanista. Dentro de una hora aparecerá Toni: el hacedor de pollas. Siempre llega el primero. Toni es tan puntual que cuando llega con un minuto de retraso ya puedes ir llamando a todos los hospitales de Barcelona. Me tomo un tazón de cereales.

Entre las ocho y media y las nueve menos cinco estamos todos metidos en dos coches. No es que seamos pocos, de hecho somos diez, sino que nos gusta ir apretados. Así se crean vínculos emocionales más fuertes. Mientras salimos de Barcelona por la Diagonal despertamos a nuestro Protagonista para que nos vaya a buscar al Ayuntamiento de Abrera. Hoy rodamos en su casa y no nos ha hecho ningún mapa.

Yo conduzco uno de los dos vehículos. Sufro un poco. Voy siguiendo a mi amigo Ingeniero y puedo oír sus ronquidos con las ventanillas de mi coche subidas. Estos madrugones nos están matando. Si alguien lo duda que se lo pregunte a Vero. Vero es nuestra Estilista. Pero lo importante es aprovechar bien el día. No es fácil quedar con todos y cada minuto es muy valioso. Menos mal que de momento no tenemos prevista ninguna trilogía…

Llegamos al Ayuntamiento de Abrera sin más novedad. Llamo a nuestro Protagonista y se sorprende de nuestra rapidez. Nos aconseja tomar un café mientras llega. Cinco minutos, me dice. Serán diez, pienso. Todo el equipo se dirige a la cafetería indicada menos mi amigo Ingeniero y yo, que tenemos que aparcar los coches, cada uno el suyo. Mientras busco aparcamiento me hago la picha un lío por las calles de Abrera y me alejo peligrosamente del centro de reunión cafetera. Mi móvil suena, así que busco donde detenerme. Es el Protagonista.

- ¿Qué pasa, Ulises? – pregunto educadamente al ser domingo.

- Pues pasa que no vais a rodar en mi casa, que estoy hasta los huevos y se acabó ¿me entiendes? Se acabo – responde Ulises muy enfadado mientras mi cerebro se paraliza durante unos segundos.

- ¿Ulises? – pregunto con la esperanza de haber percibido las palabras mal ordenadas por culpa de Vodafone.

- Sí, sí, Ulises. Soy yo. Y estoy hasta los cojones. Que te has creído, rodar en mi cocina. Y en mi casa. Y despertarme a estas horas. Estoy harto, ¿me oyes? – independientemente del mensaje, su tono de voz era ofensivo.

Cerré los ojos con tanta fuerza que aparecieron patas de gallo para hacer caldo a todo un regimiento. Hice un esfuerzo mental. Y entonces lo entendí. Lo vi claro. Diáfano. Nuestro Protagonista iba de estupefacientes hasta el culo. Descarté que se hubiera vuelto loco porque para eso hay que estar cuerdo y nuestro Protagonista vive afincado en la estrecha línea que separa ambos términos. Pero estaba claro que teníamos un jodido problema. Ni cocina, ni lavabo, ni dormitorio… ni Protagonista.

- ¿Quién te has creído que eres para despertarme un domingo a estas horas y decirme que os venga a buscar a una cafetería? Badmilk, badmilk… yo también tengo badmilk – me dijo casi gritando mientras el nudo de mi estómago crecía por momentos.

- Ulises, ¿estás bien? – me sorprendí a mi mismo haciendo esta pregunta tan idiota. Era evidente que nuestro Protagonista había perdido el juicio. He visto documentales donde explican que las drogas de diseño te atacan al cerebro muy deprisa; un buen día eres cantante y artista, y al día siguiente un cubano loco.

- JA JA JA… JA JA JA… (aquí iría una risa demasiado larga para mi sistema nervioso) - El que hubiera sido nuestro Protagonista emitió una risotada diabólica. O estaba loco o estaba poseído por el diablo. O ambas cosas. El cortometraje a tomar por culo. ¿O no?. Escuché el ruido de fondo. La jodida cafetería. Estaba con ellos. Hijo de la gran puta. Estaba con ellos. Con el equipo. Que cabrón. Tuve una reacción química en mi cuerpo difícil de explicar para alguien que no ha hecho el COU. Me lo había tragado. Me había desayunado su extraordinaria interpretación. Estaba a punto de vomitar…

- ¿Dónde estás? – me preguntó con su tono de voz más zalamero.

- Quiero matarte, cabrón. Me has dado un susto de muerte – le dije tratando de recuperar algo de riego sanguíneo. Estoy en la calle Roser o algo así – le contesté mientras pensaba que un capullo como yo no podría haberse perdido en un lugar mejor.

- Vas en dirección contraria, cariño. Da la vuelta y ven para aquí. Te estamos esperando – su tono volvía a ser el habitual en él. Dulce. Mi ansia de sangre era sólo equiparable a la de Drácula.

Recuperé el pulso. Respiré hondo. Arranqué el coche y di la vuelta. Aparqué y llegué a la cafetería cinco minutos después. La cara de complicidad de los miembros del equipo que no estaban dormidos era insultante. Vero seguía durmiendo sobre un café con leche. Nuestro Protagonista estaba con una sonrisa de oreja a oreja. Nos dimos dos besos. Y mientras me tomaba un café tuve el convencimiento místico que esa jodida mañana todo iba a salir de puta madre.

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