lunes, 18 de julio de 2011

La Princesa y el Minotauro

Erase una vez un hermoso reino donde reinaba la Felicidad. La Felicidad era una reina hermosa como su reino aunque su marido fuera un auténtico calzonazos. Tenían una bella y adolescente hija llamada Tiadiposa, a la que cortejaban sin éxito decenas de valientes príncipes llegados de todos los rincones del mundo.

Una noche sin luna llena, fría, oscura y tenebrosa... la hermosa Tiadiposa desapareció. El mayordomo del rey, ante la posibilidad de ser inculpado por defecto, afirmó que la princesa había sido secuestrada por un Minotauro de enormes pelotas. La desesperación y la tristeza se aposentaron en palacio y nadie pudo volver a conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, cientos de afectados pregoneros reales se desplazaron por todo el reino. Ofrecían, por orden de su majestad la reina, la mano de la princesa Tiadiposa a aquél que la rescatara con vida. La noticia llegó a oídos de los más grandes, valientes y aguerridos lugareños, que desgraciadamente ya estaban casados.

Sin embargo, ocho intrépidos príncipes, venidos de los cuatro puntos cardinales, se presentaron ante la reina Felicidad y juraron que regresarían con su bella hija o no regresarían. O ambas cosas. La esperanza era una luz tenue que empezaba a agrandarse en el mismísimo corazón del reino. Emocionado por los sucesos acaecidos, rey volvió a dormirse en el sillón.

No fue difícil dar con la guarida del Minotauro puesto que la pestilencia que emanaba tanta maldad podía olerse a kilómetros a la redonda. El laberinto que lo rodeaba, de seiscientas hectáreas era visible desde cualquier punto del reino. Eso también ayudó un poco. Una vez llegados al borde exterior, los intrépidos y jóvenes príncipes separaron sus destinos...

El camino no fue fácil. Hubo algún que otro contratiempo. Leónidas, príncipe espartano, murió atravesado por cientos de flechas que cayeron del cielo sin justificación alguna. El príncipe Casigiro, del reino de Mónoco, se estrelló trágicamente mientras corría por el laberinto, al no girar en una curva. Los príncipes Boy y George se reencontraron casualmente al cabo de media hora dentro del laberinto y se casaron en Las Vegas una semana después, abandonando la búsqueda. Felipe, el príncipe del reino Hispañol estuvo a punto de llegar hasta el centro del laberinto pero se durmió a falta de doce metros y fue devorado por una marabunta de hormigas rojas. Solo el príncipe Valiente llegó sano y salvo al centro del laberinto, siguiendo los escalofriantes gritos de la pobre princesa Tiadiposa, que probablemente estaba siendo torturada cruelmente.

La escena que se encontró, sin embargo, no era la que cabía esperar. El Minotauro estaba atado a los barrotes metálicos de una enorme cama y la grácil princesa gemía en pleno éxtasis mientras se lo follaba como una loca. Valiente dudó sobre quién debía ser salvado, quién estaba pasándolo peor y que demonios hacía él allí tratando de desposarse con semejante zorra. La princesa se dio cuenta que tenía visita, reconoció inmediatamente a Valiente y le lanzó una mirada asesina. El Minotauro, tras liberar una de sus manos, le lanzó un hacha de doble filo al pobre príncipe Valiente, separándole el cráneo del cuerpo, cosa que tampoco significó un problema insalvable para que siguiera gobernando.

La príncesa y el Minotauro continuaron con su historia de amor salvaje, fueron muy felices y comieron perdices... jabalíes, corderos, patos, pollos y lo que se les puso a tiro porque follar siempre da hambre. Tuvieron muchos hijos e hijas y, según el cromosoma recesivo de cada uno, se convirtieron en famosos toreros, hermosas princesas, bravos miuras o vacas lecheras, algo que aportó diversidad a la monótona fauna del laberinto. Años más tarde invadirían el reino de la Felicidad... pero eso ya es otra historia...

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