lunes, 18 de julio de 2011

Los dados de Dios VI

BARCELONA, 2067 después de Cristo…

Cuando Dios se materializó junto a las ruinas del templo de la Sagrada Familia, no podía creer lo que sus ojos le mostraban. Cientos de cadáveres alfombraban los alrededores de lo que antaño fue la fachada principal. Los cuerpos mutilados, abrasados y destrozados eran como un gigantesco e irrealizable puzzle cárnico, con miles de piezas que lamentablemente ya no encajaban.

Los tanques seguían vomitando fuego contra los edificios, mientras que los aviones bombardeaban sin piedad cada rincón de la castigada ciudad. Tropas de personas de todas las edades, sexos y creencias religiosas disparaban descontroladamente, agrupadas en paranoicas guerrillas urbanas que se atacaban sin ningún criterio. Y las miles de almas que se liberaban a cada segundo, flotaban aturdidas en el limbo, huérfanas de guías en forma de ángeles o demonios que las recogieran. Y lo que era mucho peor… sin ningún lugar a donde ir.

La mayoría de los ángeles sollozaban inconsolables, escondidos en los lugares más altos del planeta, intentando acercarse inútilmente a su ahora inexistente hogar. Maldecían arrepentidos todos sus errores, conscientes de haber provocado la ira de Dios y la desaparición del Paraíso.

La mayoría de los demonios, una vez enterados de lo ocurrido en el Infierno, permanecían escondidos en el subsuelo terrestre, esperando el castigo de su Señor. Sabían que tarde o temprano vendría en su busca. Sabían que los encontraría. Y eso les horrorizaba hasta enloquecerlos…

Dios meditó durante unos segundos. Con una tristeza infinita, que se derramaba por sus ojos, alzó los brazos como queriendo tocar las nubes con las manos. Y cuando dejó de apretar los puños con fuerza… la raza humana ya había dejado de existir. El silencio que se hizo a continuación fue sepulcral, sólo roto por el macabro goteo de los aviones estrellándose contra el suelo.

Ángeles y demonios sintieron la sacudida cósmica provocada por la repentina ausencia de la humanidad. Pero tuvieron tan sólo unos segundos para sentir mucho miedo… antes de desaparecer ellos también en el olvido divino. Sin seres humanos, ni ángeles, ni demonios fue fácil para Dios encontrar a Satanás, merendando en una hamburguesería…

- Te lo dije… NO es tan fácil como parece. Hacer que se quieran, se amen, se respeten y todas esas cosas que discutimos hace una eternidad es una quimera imposible - dijo el Señor de las Tinieblas. Deberías intentarlo de nuevo, pero esta vez prueba… con amebas, por ejemplo.
- Es culpa mía… - dijo Dios sin escuchar a Satanás. Al cabo de los milenios me relajé, no presté suficiente atención a las señales… a lo que estaba sucediendo en la Tierra. Incluso me dejé engañar por los míos – reflexionó Dios.
- Venga, ¿les damos otra oportunidad, estimado colega? – preguntó Satanás, guiñándole un ojo pícaramente.

Al Señor de los Cielos se le iluminó la cara de nuevo. Esbozó una leve sonrisa y rebuscó entre su legendaria túnica blanca. Sacó tres maravillosos dados de oro macizo, con rubíes engarzados. Jugueteó con ellos, los acarició con ternura y les regaló un soplido de la suerte.

- Está bien. Empezaremos de nuevo. El número más alto elegirá – dijo mientras lanzaba los dados. Durante unos interminables segundos, éstos bailaron, rodando libremente por el suelo hasta detenerse.
- Cuatro, seis y seis. Dieciséis. Vaya… una tirada difícil de superar – gruñó el Señor del Averno, mientras recogía los dados, observándolos con una mezcla de curiosidad y desconfianza. ¿No estarán trucados, verdad? – añadió.
- Venga ya, maldito viejo gruñón de los Infiernos. Lanza de una vez y deja de gimotear – contestó Dios, risueño.

Satanás lanzó los tres dados muy arriba. Tardaron una eternidad en bajar. Y otra en dejar de girar sobre el suelo. Lo hicieron uno detrás de otro, en perfecta sincronización.
- Seis, seis, seis… ¡gané!, ¡gaNÉ!, ¡GANÉ!… lo siento mucho viejo amigo… pero elijo una vez más el Infierno – exclamó Satanás con alegría, mientras Dios sonreía para sus adentros.

- Cuando tenga terminado mi nuevo Infierno, me gustaría recuperar primero a mis demonios. Con la venia de Su Señoría, por supuesto. Y luego te mandaré a uno de ellos a la Tierra… - dijo el Señor de las Tinieblas, mientras montaba a lomos de un Cerbero algo confundido.
- Bien. Yo haré lo mismo. Una vez estrene mi Paraíso, enviaré a uno de los ángeles… ya veremos si encuentro alguno medianamente bondadoso – respondió Dios, antes de desaparecer entre una nube de polvo blanco.

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