martes, 26 de julio de 2011

Discurso

Buenas tardes a todos… Si me ven muy colorado, les aconsejo que se escondan bajo las hermosas sillas donde reposan sus posaderas. Padezco de combustión instantánea…

Llevo toda la semana tratando de memorizar este estúpido texto. Sin éxito, por supuesto. Finalmente he pensado que si su majestad lee los discursos que le escriben, yo también debería poder leer los que me preparo…

No quisiera ponerme místico pero, que yo esté la tarde de hoy recogiendo este premio es una evidencia más del extraño sentido del humor que tiene Dios. Podría estar toda la tarde dando las gracias a un montón de personas, pero he preferido ser injusto como la vida misma. He buscado y hallado en Internet, un fichero oculto de la antigua biblioteca de Alejandría, un pequeño relato de autor anónimo que me gustaría leer, a modo de metáfora, parábola o hipérbole. Como mi nivel escrito de alejandrino es muy justito, pido perdón por anticipado si algún párrafo no tiene mucho sentido:

“Había una vez un desierto. Un desierto de ideas. Lleno tan sólo de arena. Un día muy lejano, fue atravesado por un alquimista de las palabras llamado Josué Ruí. Sólo cuando la Luna vistió el cielo de estrellas, Josué decidió descansar. Y se durmió. Y soñó. Y el desierto escuchó los sueños del alquimista.

A la mañana siguiente, se deslizó del bolsillo de Josué una semilla mágica, marcada con la letra C, de cardo borriquero. Y el alquimista siguió su camino.

Y pasaron muchos años, antes de que una hada jardinera, llamada Nunut, siguiera los pasos del alquimista y se tropezara con un patético cardo borriquero del tamaño de un pollo. Como era una gran persona mágica y mejor jardinera, regó con agua al pobre cardo antes de echarse a dormir. Y soñó. Y el desierto escuchó los sueños de la hada.

A la mañana siguiente, el cardo había crecido como por arte de magia y presentaba orgulloso el tamaño de un pingüino adulto. Nunut, maravillada por semejante hecho milagroso acaecido durante su periodo de vigilia, decidió quedarse unos días más al cuidado del curioso vegetal.

A la semana, ya podía divisarse desde varios puntos del planeta un frondoso oasis de cuatro mil hectáreas con un cardo borriquero en el epicentro. Y Nunut permaneció algún tiempo más en aquel extraño lugar...”

El relato, plagado de pergaminos ilustrativos demasiado grandes para traerlos y mostrarlos sin la ayuda de esclavos, continuaba unas mil quinientas páginas más. Pero creo que este fragmento es un buen epílogo.

Todo lo que existe tiene un principio y un fin. Así pues… FIN.

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