martes, 19 de julio de 2011

Ofelia

- ¿De qué caso son esas fotos, teniente? – preguntó José Luis Rodríguez, el agente nuevo que le habían asignado al departamento la semana pasada y que tenía un asombroso parecido con el capitán Spok.

- Pertenecen al de Isabel Gómez, la estudiante que hallamos muerta hace dos días, flotando en el río que rodea la Ciudad Universitaria. Según el informe del forense, murió de sobredosis. No había signos de violencia en el cadáver – respondió la teniente García con el tono gélido que la caracterizaba los lunes.

- Es curioso. Verá, precisamente esta foto es la que me ha llamado mucho la atención. Es una macabra reproducción del famoso cuadro de Sir John Everett Millais – dijo Rodríguez, señalando una fotografía donde aparecía la joven muerta, flotando boca arriba y con los ojos abiertos.

- ¿Y puedo saber quién demonios es ese tal Millais? – preguntó la teniente sin ruborizarse, debido a la tenencia ilícita de ignorancia.

- Un pintor del siglo XIX. Perteneció a la Hermandad Prerrafaelita. Entre los años 1851 y 1852 pintó un cuadro al que puso por título Ofelia. La misma Ofelia de Hamlet, ya sabe, el tipo que dijo aquello de “ser o no ser” – expuso el novato, que posiblemente era un asiduo del Trivial Pursuit.

- Oiga, ¿puede mostrarme una foto de ese cuadro del que me está hablando, Rodríguez? - ordenó la teniente, utilizando los signos de interrogación como muestra de su educación.

- Claro que sí. Si me permite, podemos buscarlo ahora mismo desde su ordenador – respondió, sentándose. Abrió el Internet Explorer. Tecleó la dirección de Google y acto seguido inició una búsqueda sencilla, utilizando como palabras clave Ofelia, Millais y Prerrafaelita. Cuando se abrió la página web de “Art on Line”, la teniente quedó boquiabierta.

- ¿Sabía, teniente, que la modelo que utilizó Millais para pintar Ofelia se llamaba Elisabeth Siddal? – preguntó Rodríguez.

- ¿Y eso, qué demonios tiene que ver con el caso? – respondió, un tanto ofuscada por la visión del cuadro y el extraordinario parecido del mismo con la fotografía que tenía sobre la mesa.

- La chica del caso... me ha dicho que se llamaba Isabel ¿no? Elisabeth. Isabel. – dijo el novato.

- Mire, Rodríguez, empieza usted a asustarme. ¿Me está diciendo en serio que cree que hay algo más que un par de casualidades ciertamente asomb rosa s en este caso? – la voz de la teniente se había ido desinflando conforme iba formulando la pregunta.

- Bueno. Las casualidades son tres. La camiseta que lleva la chica. ¿Nadie se ha preguntado que significan las iniciales PRB? – la teniente García miró la fotografía de la chica y no reparó en nada especial en aquella camiseta de manga corta, de color negro con tres letras en blanco que podían leerse claramente. PRB.

- Mire, Rodríguez. Mi hija lleva una camiseta con las iniciales MNG. Significan Mango. ¿He aprobado el examen de moda juvenil contemporánea? – el cinismo de la pregunta era letal.

- ¿Me deja buscar otra vez, teniente? – preguntó Rodríguez, ignorando elegantemente a su superior, mientras tecleaba una nueva búsqueda: moda, vestir y PRB.

La teniente García abrió unos ojos como platos cuando vio que la primera web que les ofrecía la búsqueda se titulaba “Arte prerrafaelita”. Y cuando leyó que, al fundarse la Hermandad Prerrafaelita, sus componentes (Rossetti, Hunt y Millais) decidieron que firmarían todos sus cuadros con las iniciales PRB, sintió un escalofrió.

- Está bien. Ilumíneme, Rodríguez – ordenó.

- Creo que la chica, Isabel, ha sido asesinada; o bien, ha sido inducida al suicidio de forma premeditada. No me creo las muchas casualidades que rodean este caso. ¿Han averiguado si tenía novio, pareja o algo similar? – interrogó Rodríguez.

- Lo estamos buscando. Parece ser que la chica estaba saliendo con alguien. Hemos preguntado a la familia, amigos y compañeros de clase. De momento todos coinciden en que Isabel llevaba saliendo desde hacía tres meses con alguien pero nadie sabe exactamente con quién – la voz de la teniente había desplazado su habitual tono imperativo por uno parecido al que se usa habitualmente al hablar con las personas mayores.

- Genial. Teniente, ¿por qué no me deja echar un vistazo por la Ciudad Universitaria durante un par de días? Prometo no meterla ni a usted ni al departamento en problemas. Sólo mirar, preguntar y apuntar algunas respuestas – los ojos de Rodríguez suplicaban.

- Veinticuatro horas. Ni un minuto más – sentenció la teniente García.

José Luis Rodríguez esbozó una mueca y desapareció por la puerta del despacho.

Y pasaron veintitrés horas, cuarenta minutos y doce segundos.

El sargento Pablo Martínez entró al despacho de la teniente García después de llamar a la puerta hasta tres veces. Su rostro, que sugería que Martínez había sido un lustroso cerdo en otra vida y que en esta le había ido de un pelo, estaba rojo como un tomate.

- ¿Qué sucede ahora, Martínez? – preguntó la teniente.

- Acabamos de recibir una llamada de la Secretaría de la Universidad de Historia. Tenemos un catedrático, profesor de historia del arte, colgando por el cuello de la ventana de su despacho, teniente. Un tercer piso. Parece ser que se han agotado los calmantes en todo el recinto y que todavía hay gente corriendo, chillando y desmayándose, aunque no sepamos exactamente en que orden – la voz de Martínez iba poco a poco normalizándose.

La teniente tardó escasos doce minutos en personarse en el macabro escenario de los hechos. El tipo que había colgado tendría unos cincuenta años y la lengua más grande y azul de todo el planeta. Su pelo era blanco y contrastaba con su tez bronceada, a pesar del tono violáceo que empezaba a adquirir. El traje que llevaba puesto era tan negro como carísimo, a juego con los zapatos.

- Le presento a nuestro presunto asesino, teniente García – la voz de José Luis Rodríguez sorprendió a la teniente por la espalda.

- Dígame que usted no tiene nada que ver con esto, Rodríguez – dijo García con un hilo de voz.

- Sabe, teniente – dijo el novato ignorando a su superior – ayer se me ocurrió que no había nada mejor que hablar de los Prerrafaelitas con un especialista en historia del arte. Un especialista vinculado a la Universidad. Y cuando conversé con el profesor Jiménez, el catedrático que cuelga ahora de esa ventana, me di cuenta que, fortuitamente, había dado en el clavo.

- Espero que lo que vaya a contarme a continuación me guste más que lo que ya me ha contado, Rodríguez – dijo la teniente a punto de fulminar con la mirada al novato.

- El tipo levantó mis sospechas, justo cuando empezó a balbucear. Me pasé las tres horas siguientes revisando su historial docente. Había trabajado en cuatro universidades importantes, dos en nuestro país, una en Francia y otra en Italia. Casualmente, mientras estuvo dando clases en Francia murió una de sus alumnas. ¿Adivina como se llamaba la chica? Isabelle. Suicidio, según el informe que recibí de la Interpol – explicó Rodríguez, orgulloso.

- ¿La Interpol? ¿Se ha vuelto loco, maldito idiota? ¿Quién le autorizó a pedir informes a la Interpol? – la teniente estaba fuera de sí, y si Rodríguez hubiera llevado puesta la chaqueta lo habría sacudido por las solapas.

- El segundo informe me confirmó lo que ya sospechaba y temía a partes iguales. Una de sus alumnas italianas, Isabella, apareció muerta flotando por Venecia – Rodríguez ignoraba por igual el color rojizo que estaba adquiriendo su superior y el adjetivo calificativo que le había regalado - Otro suicidio, según el informe. Eran demasiadas casualidades, así que fui a ver al profesor Jiménez de nuevo esta mañana. El tipo no encajó demasiado bien los hechos objetivos que le expuse. Le enseñé algunas fotografías, recortes e informes y acabó confesándome que había tenido relaciones con varias decenas de alumnas. Nuestra Isabel flotante, la última de ellas. Le sugerí que tal vez fuera una buena idea hacer una llamada a su abogado. Cuando salía de la Universidad hacia su despacho para contarle todo lo que había descubierto, el tipo saltó por la ventana. Entonces, fui a la secretaria y le pedí que llamaran al departamento.

- ¿Quién demonios se ha creído que es usted, Rodríguez? – La teniente García estaba a punto de explotar.

- Bueno, ahora creo que ya puedo contarle la verdad. Soy lo que ustedes los terrestres llaman un espía. Un observador del planeta Marte en misión especial, aquí, en su planeta, al que nosotros llamamos Azulenta. Dentro de diez minutos vendrá una nave nodriza a buscarme, y desapareceré para siempre de su vida, su departamento de policía y su mente. Esta es mi última misión y a partir de ahora plantaré nabos en mi granja de Tharsis, junto a mi querida esposa. Salud, teniente García – Y diciendo esto, sacó de su bolsillo un nebulizador de electrones que lanzó una lluvia de radiación concomitante sobre parte de la memoria de la teniente. Luego, aprovechando los segundos de confusión mental de su víctima, propios de la reubicación espacio-temporal, se giró sobre sus talones y desapareció silbando una canción tradicional irlandesa.

La Teniente García parpadeó repetidas veces hasta volver a focalizar su mirada en el cadáver que colgaba de forma macabra en la fachada de la Universidad de Historia de Arte. Y mientras el médico forense y un tipo de negro, que bien podía ser el juez, aparecían en escena, la teniente se sorprendió a sí misma mirando hacia el cielo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario