miércoles, 20 de julio de 2011

Perdidos

La luna nos observaba desde lo alto de un cielo estrellado. Era una luna llena, bellísima, exhultante, cuyo resplandor iluminaba todo nuestro alrededor. Era el tipo de luna que todos los enamorados desean para una cita romántica con el amor de su vida. Sí, aquella luna invitaba al paseo, a la contemplación, al ensueño...

La realidad que nos envolvía bajo esa luna era tal vez un poco diferente. Para empezar la temperatura ambiente en esos momentos habría hecho titiritar de frío a un pingüino. Y hacia horas que no bebíamos el agua que aún conservábamos en las cantimploras debido a que no sabíamos cómo sacarla del interior de las mismas. Encender un fuego se había convertido en la más grande de las utopías debido a la altísima humedad reinante. Además, llevábamos sin comer desde el mediodía. Todo eso unido a la caminata posterior, hacía de nuestro grupo un bonito segundo plato para cualquier ave carroñera de los alrededores (siempre y cuando al ave en cuestión no le importara comer cosas frías).

Todas estas circunstancias habrían sido más o menos anecdóticas, salvo por un pequeño detalle; estábamos perdidos. Cuando uno se pierde, lo primero que se pregunta es en qué árbol ha girado de manera equivocada. Lo segundo que pasa por su mente es preguntarse porqué no prestó más atención en la escuela cuando su maestro enseñaba como orientarse con los astros. Y lo tercero, y tal vez más importante que pasa por la cabeza de un recién perdido, es preguntarse por qué diablos no se había clavado los dos pies junto al portal de la puerta de su casa.

Si había algo con lo que me podía consolar, en semejante situación, era que no estaba solo. Conmigo estaban Jasper y Mendros. Jasper había sido el "cerebro" de la operación. Fue él quien encontró el plano del "tesoro", (metido en un pequeño baúl de su difunto abuelo). Jasper nos juró que aquello era auténtico (su abuelo fue corsario) y que no compartiría el mismo con aquellos que, según palabras textuales, "no se unan a mi expedición". Jasper era un líder entre los chicos de la aldea, además de uno de mis mejores amigos, así que no le fue muy difícil convencerme para que le acompañara.

Mendros era diferente a Jasper. Bueno, para ser más exactos, Mendros era diferente al resto de los chicos del pueblo. Para empezar era dos palmos más alto que cualquiera de los muchachos de su edad. Su constitución física hacia suponer que su madre había tenido alguna aventura con un oso de los alrededores (un oso muy grande). El tamaño y la fuerza de Mendros eran dos de los dones que el Creador le había otorgado. El don de la inteligencia brillaba por su ausencia. Mendros se unió a la expedición tan pronto como se lo propusimos. Tenerle cerca era una garantía de seguridad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario