lunes, 4 de noviembre de 2013

Los caminos del Señor son inescrutables, capítulo II


Abren la puerta trasera con extrema facilidad y sin apenas hacer ruido. Han anulado ya las alarmas. Son buenos y se nota en cada acto, ejecutado con precisión. Entran con sigilo a la gran cocina de la enorme casa. Pero la perfección no existe. La suerte no les acompaña. Oyen unos extraños pasos. Alguien arrastra sus pies. Los jodidos hijos. Parece que están despiertos. Y cerca. Demasiado cerca. Se quedan quietos como estatuas, invisibles. Se llevan la mano a sus respectivas armas. Y siguen siendo invisibles, en un rincón oscuro, a la par que letales...

Un tipo de poco más de veinte años aparece en gallumbos, con unas zapatillas enormes en forma de conejo, abre el frigorífico y coge una cerveza. La luz del electrodoméstico inunda la estancia, descubriendo a los dos hombres invisibles que visten de negro y están de cuclillas. Uno parece bastante corpulento...

Se levantan, amenazadores, apuntando con sus pistolas a la cabeza al pobre tipo de la cerveza.
  • Tranquilos, ¿eh? Que yo cojo la birra y sigo jugando a la Play – les dice como si lo estuvieran apuntando con dos bananas.
  • Quieto ahí, subnormal. Si te mueves te reviento la cabeza – le susurra con rabia uno de los atracadores.
  • Es que verás, me está esperando mi colega y es un poco capulla. Hace trampas cuando no estoy, ¿sabes? - le contesta el tipo de los gallumbos bebiendo un sorbo de cerveza.
  • Cállate, imbécil – le ordena el atracador de nuevo, apretando los dientes.
El segundo atracador, el que no ha dicho nada, el más macizo y con menos paciencia, se acerca rápidamente al tipo de la cerveza y le golpea brutalmente la cabeza con la culata de la pistola. En un alarde de rapidez y sincronización, ambos malhechores agarran la botella de cerveza y al tipo de los gallumbos antes que ambas cosas choquen con fuerza contra el suelo. Depositan cerveza y humano delicadamente en el suelo, no por amor sino por silencio.

Acto seguido se adentran en un enorme comedor en el cual, alguien parece estar jugando a la Play Station. Esta vez priorizan velocidad a sigilo, así que, la mujer que estaba jugando delante del televisor los ve y puede levantarse. Anda vestida con tan solo una camiseta negra. Y curiosamente, no retrocede. En este mismo instante descubren a otro chaval, durmiendo como un tronco en otro sofá.
  • ¿Dónde está Rafael? - pregunta la mujer a los dos atracadores, con una voz y una mirada terriblemente gélida.
  • Aquí – responde Rafael quejoso desde la cocina - Este hijo de Satanás me ha dado en la cabeza con su jodida pistola.
  • Esta bien, bonita. Siéntate si no quieres que vuele tu linda cara. Y tú, tráeme al imbécil de la cocina – ordena el que parece el jefe.
El atracador más robusto se va hacia la cocina. Segundos después viene con el tipo de los gallumbos agarrado por el brazo. Inexplicablemente, sigue con la cerveza en la mano. Bebiendo a sorbos.
  • Está bien. Os voy a decir como funciona esto. Vosotros me contáis dónde tiene la pasta y las joyas vuestro padre. Nosotros la metemos en estas mochilas, os atamos y nos vamos. Sencillo ¿verdad?
  • Tú eres imbécil – contesta la mujer de la camiseta.
  • Y bastante agresivo, por cierto – aporta el tipo de la cerveza.
  • ¿Pero qué cojones os pasa, idiotas? ¿Sabéis qué coño es esto? - pregunta incrédulo el atracador jefe, mostrándoles la pistola.
  • Ah, y nada de volver a golpear a mi colega en la cabeza o tendré que arrancarte el corazón – sentencia la mujer seriamente, sentándose de nuevo en el sofá y agarrando el mando de la Play.
Los atracadores se quedan mirando al tipo de la cerveza que encoje sus hombros, pega otro trago y se sienta junto a la chica. El otro tipo ni se ha movido. Podría estar perfectamente en coma etílico, a juzgar por su cara. O muerto. Evidentemente, aquello no está funcionando como estaba previsto. Se les presenta una situación inaudita. Aquellos dos capullos en ropa interior están jugando a la Play, pasando de ellos y de las pistolas que apuntan a sus cabezas...

Y es entonces, cuando para amenizar un poco más la velada, parece que llegan los dueños de la casa. Lo imaginan cuando escuchan el motor de un potente coche en el patio, un frenazo, un golpe, un sonido de cristales rotos y unas estúpidas risas femeninas que no consiguen disimular los gruñidos de un varón.

Los dueños de la casa habían estado dos semanas de viaje de negocios en Nueva York. La idea era quedarse una tercera, pero habían intentado matar al tipo en una sauna. Afortunadamente, con tanto vapor, el asesino había volado los sesos a un banquero que se parecía bastante a él. Total, que se había precipitado la vuelta por cuestiones de seguridad. Antes de volver a su casa, desde el aeropuerto de Barcelona, habían decidido ir a cenar. Estaba vivo y eso era un buen motivo de celebración, una excusa para beber un buen vino y para contratar a una buena prostituta. Una noche abundante...
  • Apagad ese televisor, subnormales – dice el atracador jefe enfurecido.
  • Qué te follen, idiota – contesta la chica sin apartar la vista de la pantalla y las manos del mando de la Play.

Los caminos del Señor son inescrutables, capítulo I


La noche es perfecta. Con una luna y unas estrellas que pondrían el vello de punta a cualquier astrónomo aficionado. Se oyen grillos. O cigarras. O bichos. Y también algún que otro perro con síndrome de Can Cerbero. Pero nada de lobos. El coche se acerca despacio a la casa. Muy despacio. Porque la casa es el objetivo de los ocupantes del coche. Y el automóvil se para. Un coche oscuro, repleto de oscuras intenciones. Para compensar la situación cósmicamente, en la casa pueden apreciarse dos tenues luces...

El dormitorio es una de las luces que puede verse desde el exterior. Sobre la cama, Gabriel disfruta de los placeres más terrenales, con una chica razonablemente preciosa para la cantidad de droga que lleva en las venas. La chica se agarra con fuerza al colchón mientras Gabriel se agarra con fuerza al culo de la chica. Todo ello sin que nadie sufra daño. De momento. Y, bien sea por la droga, bien sea por la polla de Gabriel, la chica tiene un señor orgasmo y la irresistible inquietud de gritar:
  • OH, DIOS MÍO!
La noche sigue siendo perfecta...
  • Hay luces - dice uno de los dos ocupantes cubriéndose la cara con un pasamontañas.
  • Tranquilo. Son los hijos. El chico es un borracho y ella una drogadicta. No serán un problema – contesta su compañero haciendo lo mismo.
  • ¿Piensas cargártelos?
  • No. Robar a este tipo es una cosa. Y matar a sus hijos otra muy distinta. Con un poco de suerte no estarán ni conscientes...
Gabriel lee atentamente la Biblia. Es algo casi inevitable. Forma parte de su naturaleza. Lo hace sobre una cama grande, junto a una chica que duerme boca abajo, desnuda. La escena puede causar confusión entre la gente normal. Normal. Pero nada más lejos de la realidad. Gabriel se centra en la lectura mientras escucha el Canon de Pachelbel, que suena a un volumen deliciosamente susurrante.

Cuando hace una eternidad que no duermes, desarrollas toda una jodida serie de pasiones. Pasión por la música, pasión por la literatura, pasión por el arte. Lo malo es que, andar despierto por las noches, todas las noches, me ocasiona de vez en cuando algún que otro quebradero de cabeza. Nada grave. Nada es nunca lo suficientemente grave. De hecho, hasta que llegue el día del Juicio Final, nada será realmente chungo...

Dos tipos se deslizan en la oscuridad, atravesando un jardín. Es realmente difícil verlos. Su vestimenta, absolutamente negra, los camufla de cualquier ojo humano. Llevan pasamontañas y armas. Y saben usarlas. Las armas. Los pasamontañas los llevan puestos con dudoso estilo. La parte de arriba les queda como una barretina catalana. Pero volvamos a las armas. Saben usarlas. No sería la primera vez. Son atracadores profesionales y su alma ya está manchada de sangre. No son buenas personas. Les han dado un soplo. La madre de todos los soplos. Y esta noche entraran en la casa de campo de uno de los grandes mafiosos de la ciudad, aprovechando que está de viaje con su mujer. Parece ser que tienen dos hijos, pero también les han contado que normalmente están muy borrachos o muy drogados. O ambas cosas. Su estado natural es el coma. En principio no deberían ser ningún problema para ellos. En principio, claro...

jueves, 11 de julio de 2013

SHIT DAYS, Capítulo UNO

Es Domingo de resurrección. David se levanta temprano porque su vejiga  empatiza con la de su perro, un caniche toy de tan solo 3 kilos de peso. Una mierda de perro. Hay hamburgueserías que sirven más carne en su menú del día. Pero el tamaño no importa. Bueno, sí. Por eso David saca a mear a su perro a las nueve menos cuarto de un jodido Domingo. Por el tamaño de la vejiga. Se viste con lo primero que encuentra porque prefiere no encender luces que despierten al resto de la familia. Un tipo detallista. Se lava la cara como un gato, se hace un moño, coge las llaves de casa y un par de servilletas de papel y salen del piso.

El perrito baja las escaleras tan feliz que es imposible no quererlo a pesar de los madrugones. Llega antes a la entrada de la escalera. Espera pacientemente a su amo que todavía tiene partes del cuerpo dormidas. David abre la enorme puerta de hierro de la finca y salen juntos a una calle desértica. Coco, que es así como se llama el perrito psicópata, sale rápidamente en busca del primer árbol del pasaje Joan Casas. Su amo le sigue a cinco metros, que es el máximo que da de sí la correa. La meada de Coco es eterna. Poco a poco David va siendo consciente del silencio que le envuelve. Mira a su alrededor y no hay nadie. No se escucha a nadie. Ni un puto coche. Domingo de resurrección y todo el mundo parece estar muerto.

Coco da un tirón y empieza a ladrar a un tipo que aparece al final del pasaje. David sonríe. Había dejado volar su imaginación. Tanto escribir sobre el Apocalipsis lo estaba transformando en un jodido freak del fin del mundo. La mierda de perrito sigue estirando la correa con fuerza. Bueno, con la fuerza de una hamburguesa de tres kilos. David reacciona ante el escándalo y le da un grito. El animal, algo acojonado por el bufido fascista de su amo, baja la cola y calla. 

El tipo del final del pasaje anda dando tumbos. David maldice su jodida suerte. Ha pasado de estar viviendo el Apocalipsis a vérselas con un puto borracho un Domingo por la mañana. Decide que Barcelona  es muy grande como para cruzarse con semejante penosidad de individuo, da media vuelta, y vuelve para la calle Consell de Cent. Aunque el borracho está a unos cuarenta metros, no puede evitar mirarlo de reojo una última vez, antes de girar por la esquina.

David es un jodido miope. Lo ha sido toda su puta vida. Y tiene la mitad de su cerebro dormido y la otra mitad con las funciones limitadas de todo ser humano de edad media que ha ido pocos años al colegio. Y a pesar de todos estos inconvenientes, en el último segundo, algo le dice que aquél tipo no es un pobre alcohólico. Y asoma de nuevo la cabeza mientras su perrito se pega acojonado a sus piernas. El presunto borracho está ahora a unos veinte metros. David fija su mirada en el individuo. Ese caminar. Ese pelo de mierda. Esa carne blanca como una mala cosa. Esos ojos. Si eso no es un puto zombie que baje Dios y lo vea, piensa. 

Coco todavía no ha cagado pero ahora es David a quién el estómago le empieza a jugar una mala pasada. Tiene la puerta de su casa a escasos diez metros, y a un jodido zombie a unos 15, tangencialmente hablando. Y entonces corre hasta la puerta, siempre mirando de reojo, encuentra las llaves a la primera y se mete dentro de la escalera. Y espera. No porque sea valiente. No lo es. Solo trata de dar crédito a lo que ha visto. Y lo que ha visto aporrea la puerta de hierro inútilmente. Y da mucho asco verlo de tan cerca. Y entonces David desea  estar dormido. Soñando una terrible pesadilla. Coco lleva un rato ladrando como un loco. Pero David sigue petrificado, hipnotizado, delante de un zombie que jamás podrá cruzar aquella puerta...

Y entonces, un terrible grito le devuelve a una realidad que ya no existirá nunca más.

sábado, 2 de marzo de 2013

Corner

Hoy he soñado que tenía que tirar un córner (saque de esquina para los que vais flojitos con el inglés). Agarraba el balón y cuando me dirigía a la esquina del campo, observaba con sorpresa e incredulidad que había tres. Tres esquinas en un rectángulo. La curvatura del universo es lo que tiene. Algunas veces te hace malas pasadas. Otras, simplemente te jode. El público, situara dónde situara la pelota, me echaba la bronca.

Finalmente la ubico en el punto más chungo, hundido. Me doy cuenta e intento poner una piedra debajo del balón para que quede un pelín levantado y pueda centrarlo bien. Pero el balón no quiere sostenerse sobre la piedra y el público me increpa porque cree que trato de perder tiempo. Idiotas. Ni tan siquiera sé si ganamos o perdemos. Finalmente la pelota queda encajada entre dos piedras pero ando tan nervioso que me decido a centrar. Camino hacia atrás por lo menos diez metros, observo a mis compañeros y a nuestros rivales esperando mi centro. Arranco a correr hacia el balón para darle muy fuerte pero en el último segundo, viendo como la puta pelota está prácticamente enterrada, paso por encima de ella y no centro. Despierto...

Probablemente, si yo fuera Nostradamus, escribiría ciento veinte páginas sobre esto y la vinculación que hay entre mi estúpido sueño y el fin de los tiempos. Pero dentro de dos horas debo estar en una fiesta infantil, y hay cosas que no pueden esperar...