martes, 19 de julio de 2011

Escuela de cocina II

Y para terminar este relato que es posible que le suba el azucar a más de uno (cuando me pongo sentimental doy bastante asco, lo sé) quisiera hablar de los seres humanos que vinieron a la cena. Sin ánimo de ofender a nadie, estuve encantado de estar al lado de Óscar. De hecho, siempre he pensado que Óscar y yo podríamos haber llegado a algo más que una simple amistad si Silvia no hubiera venido aquella tarde al cine Emporium. Incluso habríamos adoptado algún niño congoleño, que hubiera triunfado años más tarde en el Barça. En fin, que de puta madre tenerlo toda la velada a mi lado recordando sucedidos.

Claro que al otro lado y siguiendo los designios del destino caprichoso, estuvo, una vez más, Mada. De hecho, es como si siempre hubiera estado cerca, cosa que es totalmente imposible porque la hubiera reconocido en la cola de la panadería. Estoy casi seguro que si hacemos una regresión conjunta en la consulta de un psiquiatra, preferiblemente argentino, descubriremos que en otra vida fuimos Romeo y Julieta, Pixie y Dixie o Ramón y Cajal.

Junto a Mada estaba Manuel, que se pasó la cena sonriendo ante el tsunami de anécdotas que amenazaba con aplastarnos a todos. Da una sensación de calma y serenidad que equilibra la epilepsia verbal y mental de algunos otros. Por no decir otras. No pude hablar mucho directamente con él, pero me sirvió, como mínimo, tres veces vino y eso no se paga con dinero. Para todo lo demás, Mastercard.

Luego estaba Jordi. Esta vez ha sido el catalizador, responsable y culpable de que nos volviéramos a ver las caras. Sin lugar a dudas. Un tipo sorprendente. Un instigador del buen rollo. En esta ocasión habló poco de mi espalda pero se lo perdono porque tampoco es traumatólogo. Escogió un entorno maravilloso para mostrarnos sus fotos de chico Mango. No tengo palabras. Aunque la perfección no existe, Casti se esforzó en conseguirla.

Raúl llegó tarde porque está aprendiendo algo relacionado con las salsas y los cubanos. Personalmente me sorprende, porque siempre me ha parecido muy machote para verse envuelto en asuntos turbios con Dinio o su hermano. O ambos. En fín, no voy a repetirme, como el ajo, con él. No más alabanzas, amigo Sancho. Estoy encantado de haberlo recuperado. Tiene una piscina de puta madre. Por ponerle una pega, diré que esa barba que se ha dejado hace que parezca que tiene la edad que tiene. Nada que no pueda resolver el señor Wilkinson…

Silvia y Susanna llegaron un poco tarde con la triste excusa de que venían desde la otra punta de Catalunya, dejando a un lado que era viernes y la entrada a Barcelona está más difícil que lavarse los pies dentro de una botella de Coca Cola. Pero como estéticamente nos encajaban en el maravilloso ambiente, nos alegramos mucho de verlas. El esfuerzo que hace Silvia por venir a las cenas es comparable al que hacemos Óscar, Manuel, Casti y yo juntos por parecernos a Brad Pitt. Y además, ella es mucho más guapa. Le recordé que la vez que estuvimos más unidos (fuera del episodio en el cine) fue en el autocar de vuelta del viaje de fin de curso. Fue muy entrañable oirle decir ¿de verdad? Lástima que ya no sea nuestra única futura presidenta de la Generalitat. Le ha salido competencia. Me lo ha contado un pajarito. Pero eso será otra historia ceymera…

Maribel se convirtió en nuestra Cenicienta particular. A las doce se levantó, puso la pasta sobre la mesa y dijo: me voy de fiesta. Probablemente Maribel tenga el espíritu más joven de todos los que estuvimos en la cena. Sigue recordándome mucho a la chica de La Patro. Y creo que también es justo remarcar que, Maribel, ha sido la persona que ha localizado a más radiografías de ceymeros por metro cuadrado de todos los que estamos en este manicomio. Aunque luego no vengan.

Y de Silvia no voy a decir nada. No me atrevo después de lo que dijo Jordi sobre ella y la armonía mundial. Si llega a decir eso de mí hubiera estado hinchado durante una semana. Pero no lo dijo. Finalmente fueron gases. Está claro que Silvia aporta equilibrio emocional al increíble grupo de chalados que hemos formado. Siempre sonríe. Eso está bien. Es la típica persona a la que cuesta imaginar invadiendo Irak.

Si he olvidado a alguien no tengo perdón de Dios. Pero hace mucho tiempo de la cena, estoy perjudicado de memoria con la edad y es demasiado tarde para una persona que ha cenado salchichas, queso y cebolla. Hasta la próxima.

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