- ¿Podrás arreglar el interruptor de la cocina, José?
- Pero vamos a ver, María... ¿tu has visto que lleve escrito aquí, en la frente, la palabra LAMPISTA?
María dio media vuelta. Una vez más. Mientras, su marido cambiaba el canal del televisor y bebía otro trago de cerveza. Llevaba toda la tarde del sábado pegado al sofá, con el peligro latente de que el estampado vegetal del mismo quedara esgrafiado para siempre en su culo. María entró en la cocina enojada, tragándose un montón de feas palabras que la envenenarían toda la tarde. Agradeció a Dios la luz que todavía entraba por la ventana, única aliada para la árdua lucha contra el ejército de platos sucios que se habían ido apilando desde hacía tres días. Trató de ordenar su mente paralelamente a su cocina. Porque de eso estaba segura. La cocina era suya. Sólo suya. Tenía la absoluta creencia de que si le preguntaba a su marido el color de las baldosas, éste sería incapaz de decírselo. Claro que José nunca la engañó en ese aspecto. Ni su suegra tampoco. Nunca le he visto más de veinte segundos metido en la cocina , le decía. Lo que el capullo tardaba en pillar una Coca-Cola de la nevera, pensó. Así que la pobre María, ni con el tiempo, se había acostumbrado a trabajar esa media de catorce horas al día, ocho como dependienta de una tienda de ropa de mal gusto y seis más como algo parecido a una mutante doméstica; ama de casa, mujer de la limpieza y esclava sexual.
- Por favor, José... ¿no podrías ver que sucede con el desagüe del lavabo? Hace días que no traga, huele mal y ya probé con varios productos...
- Pero vamos a ver, María... ¿tú has visto que lleve escrito, aquí en la frente, la palabra FONTANERO?
En aquellas situaciones, María se metía en su particular máquina del tiempo mental y viajaba. Viajaba al pasado. Un pasado no tan lejano. Un pasado donde José le había gustado desde el primer día. Alto, moreno y posiblemente el tío más guapo del barrio y parte de la comarca. Además de ser muy trabajador, lo cual había servido de excelente carta de presentación el día que lo conocieron sus analíticos padres.
Le gustaba recordar la cara de sus amigas el día que apareció colgada de su brazo por primera vez. José siempre fue encantador con ella. Estuvieron saliendo dos años y luego se casaron. Y pasaron los años porque el tiempo no lo para ni el aburrimiento. No se pelearon ni una sola vez durante todo ese periodo. Pero por desgracia, José había ido dejando de ser encantador paulatinamente. Además de estar más gordo y calvo, claro. Pero eso a María no le importaba. O al menos no le importaba lo suficiente como para dejar de quererle.
Era más difícil convivir con lo otro. El silencio. Ese silencio criminal que se había instalado en su relación durante el último año. Los retrasos, las reuniones urgentes y algún que otro viaje inesperado no habían ayudado en nada a estabilizar una relación fría y distante. Y María quería pensar que Jenifer era sólo una compañera de trabajo más. No podía creer que su José tuviera un rollo con semejante pedorra. Aquella garrula no podía estar acostándose con su marido. Ni hablar. Eran imaginaciones suyas. Tanto respirar Mistol la estaba afectando negativamente en su autoestima. Y aunque cambió a Fairy, eso no le mejoró el sentido del humor.
María odiaba las cenas de empresa porque había una ley no escrita que impedía asistir a los cónyugues. José se había pasado toda la tarde acicalándose como un adolescente en su primera visita a un puticlub. Estaba guapo el jodido, todo hay que decirlo. Le dio un beso en los labios al irse y le dijo que no le esperara despierta. María intentó no hacerle caso pero alrededor de las dos se quedó rendida en brazos de Morfeo (que no tiene nada que ver con el negrazo de Matrix). José llegó totalmente borracho a las tres de la madrugada. La despertó manoseándola, que a esas horas siempre jode, y acto seguido la jodió. Porque aquello no era hacer el amor. Lo peor no fue que la despertara. Ni el polvo, que además fue malo y corto. Lo peor fue escuchar ese susurro balbuceante cerca de su oreja: Creo que voy a correrme otra vez, Jenifer...
Al día siguiente José se levantó resacoso y sin recordar absolutamente nada. Tampoco supo porque tenía la mejilla hinchada y María jamás reconoció haberle dado semejante ostia. ¿Era imposible que su marido lo recordara?. José puso toda la mañana esa cara tradicional de he olvidado las últimas doce horas de mi vida. ¿Y si estaba actuando?. Mierda. Si su José estaba actuando, Hollywood ya tardaba en darle un Óscar.
José entró en su casa, dejo el maletín sobre el sofá estampado. Buscaba alguna excusa que contar y sólo quería cenar e irse a dormir. Jenifer lo había dejado agotado una vez más. Cuando buscó el mando a distancia del televisor se dio cuenta que había un desorden que no era habitual, además de fijarse en el vestido y el sujetador de su mujer que colgaban de la tele, rotos, tapando parte de su programa favorito. Hizo una mueca y buscó a María por toda la casa. La encontró en el dormitorio. Estaba sentada en la cama con las piernas entrelazadas, desnuda y con algunas marcas rojizas por todo el cuerpo. Debía hacer ya mucho tiempo que lo veía desnuda porque le pareció sorprendentemente hermosa.
- ¿Qué demonios ha sucedido, María?
- Llamaron a la puerta diciendo que eran el lampista y el fontanero que yo había contratado por la mañana para que nos arreglaran algunas cosas – empezó a contar mientras se encendía un cigarro.
- Cuando abrí la puerta, me desnudaron con la mirada, a pesar de que llevaba poca ropa. Eran dos chicos jóvenes, fuertes y muy atractivos. Me amenazaron con sendos destornilladores. Dijeron que, o les hacía un pastel de chocolate con relleno de frambuesa y dibujos de mantequilla o me follaban salvajemente hasta la extenuación...
- Y tú... ¿qué hiciste? – preguntó José con la misma expresión que ofrece un carnero cuando trata de digerir cinco kilos de hierba.
Y María, con una mirada triunfal que hubiera hecho que Napoleón se retirara diez años antes a la isla esa donde se largó, dijo:
- Pero vamos a ver, José... ¿tú has visto que lleve escrito, aquí en la frente, la palabra PASTELERA?
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