sábado, 6 de agosto de 2011

La Escalera

Un hombre desnudo sobre la nieve. Hecho un ovillo humano. Un mar de nieve. Un inmenso manto blanco, inmaculado. El hombre, tirita de un frío descomunal. Inhumano. Siente como las agujas del horror le atraviesan todo el cuerpo. El dolor en estado puro. Quiere morir lo antes posible. Dejar de sufrir...

- No puedes morirte, imbécil. Ya estás muerto...

La voz le llega clara y rotunda. Le envuelve. Le rodea y a su vez sale de su propia mente. Trata de articular palabra. De transformar sus pensamientos en voz. Pero el dolor no le permite mover ni un músculo de su mandíbula...

- No necesito oír tu voz. Puedo escuchar perfectamente tus pensamientos...
- Quiero morir – piensa. Por favor... no soporto este dolor... quiero morir.
- De eso ya hemos hablado, ¿recuerdas? Estás muerto. No puedes remorirte. Ese verbo no existe en ninguna lengua.
- Dios Santo. ¿Dónde estoy?
- Ya tardabas en nombrarlo. Tengo que darte otra mala noticia. Estás en el Infierno... concretamente el mío.
- ¿En el Infierno? ¿Con este frío de mil demonios?
- Exacto. ¿Qué quieres que le haga?... Has llegado en invierno... Espérate al mes de agosto y ya me contarás...
- Pero... Pero... ¿por qué? Yo he sido una buena persona...
- Ya. Eso dicen todos. Mira, reclamaciones las mínimas. Yo vengo a ser un funcionario, para que nos entendamos. Pero si te sirve de algo, te diré que estás aquí porque así lo has decidido tú.
- ¿Yo?
- Sí. Siempre creíste que tantas pajas te llevarían al Infierno. Ese convencimiento se ha materializado y aquí estás. Congelándote de frio toda la eternidad...
- Pero dijiste que en agosto...
- Muy cierto. En agosto te abrasarás toda la eternidad. Muy pronto verás que aquí el tiempo es relativo. Con un poco de suerte podrás hablar de ello con Einstein...
- Pero no es justo...
- Tienes razón. Pero tú lo creíste. ¿Has oído alguna vez eso de que la fe mueve montañas? Pues es cierto. Y tiene cojones que lo diga yo, pero es lo que hay. De todos modos, me tomo algunas licencias cuando veo cosas raras. Hablando en plata, pienso que no deberías estar aquí. Alguien tan idiota como para creer toda su vida que debe ir al Infierno sólo por hacerse pajas merece estar en el Cielo. Pero antes deberás pasar por el Purgatorio. Lo siento. Yo no escribí las reglas. Hay una escalera que lleva al Purgatorio. Encuéntrala y lárgate de aquí de una puta vez...

La voz desapareció. El dolor se intensificó. El descomunal frío volvió a invadir toda su existencia. O mejor dicho, su no-existencia. ¿Cómo iba a encontrar la escalera si apenas podía pestañear? Su cuerpo estaba congelado. Y hasta donde alcanzaba su mirada, solo se podía ver un manto inerte de nieve. Claro que no se había girado en ningún momento. La escalera podía estar justo tras él. Era la única alternativa al dolor eterno. Se dejó caer hacia delante. Su carne sintió las garras de la nieve sobre sus brazos, sobre su espalda, sobre su piel. Sus ojos se abrieron como platos al ver una gigantesca escalera de caracol a poco menos de 10 metros de donde estaba.

Es difícil calcular qué tardó en recorrer esos 10 metros. Media hora sobre la nieve helada, bajo el sufrimiento absoluto puede ser toda una eternidad. Arrastrándose entre el dolor y la esperanza, ganando milímetro a milímetro al horror, fue acercándose a la brillante escalera de caracol. Una escalera que desprendía algo parecido al calor. Cuando sus manos por fin la tocaron, todo su cuerpo sintió un alivio indescriptible en términos puramente humanos. Pudo levantarse por primera vez en mucho tiempo, o en el concepto de mucho tiempo que recordaba de su otra existencia terrenal. Y mientras empezaba a subir lentamente la escalera que le llevaría al Purgatorio, notó como se le clavaban en los huevos unos cuernos salidos de la escalera de caracol. Y aceleró el ritmo de la marcha entre las risas diabólicamente divertidas que le perseguirían durante los próximos diez mil peldaños...

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