sábado, 6 de agosto de 2011

Human Trash

Las doce de la noche. La maldita hora de las brujas. Un bar de ciudad. Un nombre curioso. El Paraíso. Y sólo dos personas en ese paraíso. Desgraciadamente están vestidas. La camarera, con una paciencia infinita, soporta los últimos estertores de su cliente. El cliente, acostado sobre la barra, apura el último trago de algo que debe llevar mucho alcohol. Su tráquea está inmunizada. Su hígado sigue sufriendo en silencio. Otro drama urbano...

- Ponme una copa más, Joana... - pide el cliente con apenas un susurro de voz.
- Esa no es una buena idea, Roc. Has bebido demasiado – contesta ella con dulzura.
- Una más, por favor. Una más y me largo. Sólo una puta copa más... - suplica él.

Joana conoce la triste historia de Roc. Tal vez por eso le sirve una puta copa más. Roc se la bebe. Porque sabe que sólo bebiendo en abundancia su mente no le tortura con lamentables recuerdos. Sólo bebiendo a mares su cerebro se sumerge en un océano sedante, frío y libre de peces. Un océano muerto que desde hace meses oscurece el ya tenue brillo vital de Roc. Un océano negro como la realidad que, una vez más, envuelve lentamente al pobre muchacho...

Roc despierta. Está tumbado sobre algo que bien podría ser una cama. Evidentemente no es la suya porque huele bien. Echa un vistazo a su alrededor sin apenas mover la cabeza, en un gesto camaleónico que no le honra. Todo está terriblemente oscuro. Silencioso. Lo que más le preocupa a Roc es la ausencia de dolor de cabeza. Lleva meses con la desagradable compañía del dolor de su cabeza todas las mañanas. Lleva semanas con una jodida resaca diaria. No sentirla le hace pronosticar lo peor, porque el cerebro es cruel por naturaleza...

- Levántese, por favor – suena una voz en la cabeza de Roc.
- ¿Eh? - balbucea Roc sorprendido.
- Levántese. No tenemos todo el día – repite la voz.

Roc se incorpora, duda hasta dos veces en un breve espacio de tiempo y se levanta. Delante de sus narices aparece, entre la penumbra, una mesa con un tipo detrás. El tipo, de inquietante aspecto, le señala una silla, invitándolo a sentarse. Roc obedece sin oponer resistencia.

- Muy buenas – saluda el tipo a Roc.
- ¿Estoy muerto, verdad? - pregunta Roc alarmado pero sin tapujos.
- ¿Le parezco una enciclopedia, señor Roc? No. Y ¿sabe por qué no? Yo se lo diré. Porque no soy una jodida enciclopedia, señor Roc – contesta el tipo.
- Oh, Dios mío, estoy muerto... - afirma Roc, lloriqueando.
- Por favor, señor Roc. Deje de gimotear como una nenaza. Y escúcheme bien. Le voy a contar una historia fascinante. Mi historia. Yo soy un Reciclator. Mi función vital es reciclar la basura. Mi especialidad, la basura humana... como usted. Es un trabajo asqueroso pero a) Alguien tiene que hacerla y b) De alguna manera me pagan bien. Si consigo reciclarlo, y no hablo de mejorarlo convirtiéndolo en una babosa, lo puedo reinsertar en lo que usted llamaría su realidad. Si no consigo reciclarlo... bueno esa es una triste historia llena de fuego, dolor y tinieblas...
- Cuéntemela... - suplica Roc. Soy una persona curiosa...
- Acompáñeme – le ignora Reciclator.

Reciclator lleva a Roc a un lugar extrañamente familiar, decorado por un interiorista que tuvo alguna pesadilla sobre un taller artesano o un laberinto con muchoes Minotauros. O ambas cosas. Roc observa a varias personas trabajando en el lugar. Los trabajadores, con movimientos repetitivos y armónicos, no levantan la cabeza de lo que llevan entre manos.

Reciclator acompaña a Roc hasta una mesa donde un muchacho delgado y febril, calienta vidrio en un soplete mientras murmura constantemente el nombre de Wellington. Aunque se muestra hábil con las manos, da señales de que su tren del razonamiento descarriló en algún lugar lejano.

- ¿Quién es? - pregunta Roc. Me resulta familiar...
- Lo dudo – contesta Reciclator. Se trata de Ferran, un auténtico despojo humano. Fumador habitual de pieles de plátano. Cuando llegó aquí no recordaba ni su nombre. Le hice creer que era Napoleón Bonaparte para mejorar su autoestima y al principo funcionó... pero desde hace dos días, cada vez que se le rompe una figura de vidrio acusa al Duque de Wellington.
- ¡Maldito Wellington! - grita Ferran al romperse el caballo que estaba haciendo en ese momento. ¡TE MATARÉ, MALDITO BASTARDO INGLÉS! - ruge con una buena dosis de ira incontenible.
- Enfermera, una mamada al vidriero loco para que se calme, por favor – ordena Reciclator. Ya ve usted que nos gusta tratar bien a nuestros clientes, por llamar de alguna manera a toda esta gentuza...

Roc tarda algunos segundos en alejar su mirada de la maravilla de enfermera que acababa de aparecer junto a Ferran... pero la zarpa de Reciclator lo agarra con firmeza hasta llevarlo a un rincón lleno de botellas vacías.

- Bien, bien, bien. Este va a ser, a partir de hoy, su lugar de trabajo. Le voy a contar en qué consiste. Es tan sencillo que hasta alguien tan estúpido como usted lo entenderá. Esas botellas que hay aquí, son una metáfora de todas las que se ha bebido en los últimos meses. Ahora usted deberá cogerlas una a una y grabar sus recuerdos en ellas. Los buenos recuerdos, los malos recuerdos, los recuerdos calientes, los recuerdos de mierda... absolutamente todos.
- Yo no sé grabar – dice Roc algo sombrío.
- Claro, claro – responde Reciclator. Usted no sabe grabar porque no es un aparato de radio cassette, ¿verdad? ¿VERDAD?
- No - dudó Roc.
- Pues ahora SÍ. Porque yo soy un jodido mago. Ahora usted es un precioso aparato de radio cassette, yo le doy al REC – dice Reciclator tocando la frente de Roc - y puede grabar todas esas botellas con sus recuerdos. Empiece y no pare hasta que termine la última de ellas – ordena Reciclator antes de desaparecer.

Roc coge una botella, inseguro de lo que debe hacer con ella al estar vacía por dentro, y la acerca al torno. Sin saber cómo, empieza a tallar en el vidrio el primer recuerdo que pasa por su mente. Es un recuerdo triste. Razonablemente malo. Y difícil de pulir. Una vez terminado ese recuerdo, siente la necesidad de coger otra botella y tallar el segundo recuerdo, un recuerdo tan absurdo que inunda sus ojos de lágrimas. Cada recuerdo tallado en vidrio genera la imperiosa necesidad de empezar a grabar el siguiente. Talla uno tras otro todos y cada uno de los recuerdos que le curtieron el alma. Y los que se la jodieron. El espacio y el tiempo se fusionan en la mente de Roc, dejando de fluir o fluyendo a velocidad lumínica. Incansable, Roc consigue terminar con todas las botellas. Es entonces, después de casi una eternidad, cuando Reciclator vuelve.

- Un trabajo formidable señor Radio Cassette. Impresionante – sentencia Reciclator.
- Me llamo Roc, señor – contesta el muchacho con humildad.
- Roc, sí, claro. Ahora señor Roc, seleccione de todos sus recuerdos grabados los peores... no los malos, los que realmente le han jodido la vida... y láncelos contra esta bonita pared de ahí – ordena Reciclator.
- Pero... pero se romperán... - aporta Roc.
- Es usted un observador nato de las leyes físicas de la naturaleza ¿Se romperán? Pues claro que se romperán, idiota. De eso se trata. De romperlos. De eliminar los putos recuerdos de mierda para poder acabar de una vez por todas su jodido reciclaje y enviarlo de vuelta a la realidad de donde vino... Lo antes posible... Rompa sus peores recuerdos, señor Roc.

Roc selecciona cuidadosamente las botellas grabadas con sus peores pesadillas, sus peores momentos, sus recuerdos de mierda. Y los lanza, uno a uno, contra la pared, destrozando en mil pedazos cada uno de ellos. Y entra en un estado de euforia. Y enloquece lanzando sus peores recuerdos contra la jodida pared. Al cabo de un rato. Cuando termina, se siente un hombre distinto...

- Tome. Ahora me barre todo este estropicio que ha organizado – le dice Reciclator ofreciéndole una escoba.
- ¿Qué? - responde Roc incrédulo.
- Que barra, coño. Que ha dejado todo esto hecho una mierda...

Roc barre sus pésimos recuerdos lentamente, hechos trizas, arrinconándolos en una de las esquinas del lugar. Más tarde aparecen unos tipos muy grandes que los meten en dos carretillas. Reciclator se acerca nuevamente a Roc:

- Con los residuos del vidrio, hacemos una especie de sopa donde introducen a todos aquellos que no superan el proceso de reciclaje. Una sopa deliciosamente caliente...
- Aaah – contesta Roc.
- Te vas – le dice Reciclator con una sonrisa.
-¿Cómo? - pregunta Roc
- Así – contesta Reciclator dándole una enorme ostia que le cruza la cara.

ROC abre los ojos y ve claramente el techo de su casa. Se toca la mejilla. Sabe que ha pasado algo muy grande pero no tiene ni idea de lo que ha sido. Mira hacia la mesilla de noche donde siempre ha tenido un despertador. Son las ocho de la mañana. No recuerda qué día es. Su mente lucha incansable contra algo que no sabe reconocer. Y pierde. Roc trata desesperadamente de saber qué pasa pero sigue sin pasarle nada. Nada malo. No siente dolor en su corazón. Y eso le hace jodidamente feliz. Sonríe. Vuelve a mirar hacia su mesita de noche y entonces la ve. Una botella de vidrio grabado con un tipo que le sonríe. Y cuando trata de levantarse para cogerla, una mano dulce, tierna y delicada le agarra por el pelo estirándole salvajemente mientras le suplica:

- Quédate un poco más, cariño... hoy es Domingo de Resurrección...

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