jueves, 11 de julio de 2013

SHIT DAYS, Capítulo UNO

Es Domingo de resurrección. David se levanta temprano porque su vejiga  empatiza con la de su perro, un caniche toy de tan solo 3 kilos de peso. Una mierda de perro. Hay hamburgueserías que sirven más carne en su menú del día. Pero el tamaño no importa. Bueno, sí. Por eso David saca a mear a su perro a las nueve menos cuarto de un jodido Domingo. Por el tamaño de la vejiga. Se viste con lo primero que encuentra porque prefiere no encender luces que despierten al resto de la familia. Un tipo detallista. Se lava la cara como un gato, se hace un moño, coge las llaves de casa y un par de servilletas de papel y salen del piso.

El perrito baja las escaleras tan feliz que es imposible no quererlo a pesar de los madrugones. Llega antes a la entrada de la escalera. Espera pacientemente a su amo que todavía tiene partes del cuerpo dormidas. David abre la enorme puerta de hierro de la finca y salen juntos a una calle desértica. Coco, que es así como se llama el perrito psicópata, sale rápidamente en busca del primer árbol del pasaje Joan Casas. Su amo le sigue a cinco metros, que es el máximo que da de sí la correa. La meada de Coco es eterna. Poco a poco David va siendo consciente del silencio que le envuelve. Mira a su alrededor y no hay nadie. No se escucha a nadie. Ni un puto coche. Domingo de resurrección y todo el mundo parece estar muerto.

Coco da un tirón y empieza a ladrar a un tipo que aparece al final del pasaje. David sonríe. Había dejado volar su imaginación. Tanto escribir sobre el Apocalipsis lo estaba transformando en un jodido freak del fin del mundo. La mierda de perrito sigue estirando la correa con fuerza. Bueno, con la fuerza de una hamburguesa de tres kilos. David reacciona ante el escándalo y le da un grito. El animal, algo acojonado por el bufido fascista de su amo, baja la cola y calla. 

El tipo del final del pasaje anda dando tumbos. David maldice su jodida suerte. Ha pasado de estar viviendo el Apocalipsis a vérselas con un puto borracho un Domingo por la mañana. Decide que Barcelona  es muy grande como para cruzarse con semejante penosidad de individuo, da media vuelta, y vuelve para la calle Consell de Cent. Aunque el borracho está a unos cuarenta metros, no puede evitar mirarlo de reojo una última vez, antes de girar por la esquina.

David es un jodido miope. Lo ha sido toda su puta vida. Y tiene la mitad de su cerebro dormido y la otra mitad con las funciones limitadas de todo ser humano de edad media que ha ido pocos años al colegio. Y a pesar de todos estos inconvenientes, en el último segundo, algo le dice que aquél tipo no es un pobre alcohólico. Y asoma de nuevo la cabeza mientras su perrito se pega acojonado a sus piernas. El presunto borracho está ahora a unos veinte metros. David fija su mirada en el individuo. Ese caminar. Ese pelo de mierda. Esa carne blanca como una mala cosa. Esos ojos. Si eso no es un puto zombie que baje Dios y lo vea, piensa. 

Coco todavía no ha cagado pero ahora es David a quién el estómago le empieza a jugar una mala pasada. Tiene la puerta de su casa a escasos diez metros, y a un jodido zombie a unos 15, tangencialmente hablando. Y entonces corre hasta la puerta, siempre mirando de reojo, encuentra las llaves a la primera y se mete dentro de la escalera. Y espera. No porque sea valiente. No lo es. Solo trata de dar crédito a lo que ha visto. Y lo que ha visto aporrea la puerta de hierro inútilmente. Y da mucho asco verlo de tan cerca. Y entonces David desea  estar dormido. Soñando una terrible pesadilla. Coco lleva un rato ladrando como un loco. Pero David sigue petrificado, hipnotizado, delante de un zombie que jamás podrá cruzar aquella puerta...

Y entonces, un terrible grito le devuelve a una realidad que ya no existirá nunca más.

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