jueves, 8 de septiembre de 2011
Perdidos III
Levanté la cabeza y pude observar (mis dotes de deducción son asombrosas) que estábamos en algo parecido a una cueva. Teníamos un bonito fuego donde mis compañeros habían calentado agua de lluvia añadiéndole unas hojas de menta. Empecé a beber lentamente. Era la cosa más deliciosa que podía imaginar (el hambre y la sed sufridas habían afectado seriamente mi imaginación). Me incorporé un poco más, hasta quedarme sentado en el suelo.
- Hemos tenido suerte de encontrar esta cueva Divad, de lo contrario tú ya estarías muerto y nosotros a punto de ser devorados por algún animal. - Era Jasper quien hablaba.
- Yo vi la cueva. - Me explicó Mendros, con un brillo de orgullo en sus ojos.
- Sí, y además te llevó a cuestas durante más de media hora. - Puntualizó Jasper.
- Gracias Mendros, eres un amigo estupendo. - Me apresuré a decirle.
- Bien, pero no más besos, ¿de acuerdo?.
Estuvimos algún tiempo callados, tomando menta, calentando nuestros cuerpos junto al fuego, secando nuestras ropas empapadas... descansando. Habían sido muy duras las últimas horas. Y desde que entramos en el bosque las cosas habían ido de mal en peor.
Hasta ese momento el viaje había transcurrido con total normalidad. Salimos de nuestra aldea muy de madrugada. La noche anterior nos despedimos de nuestros padres. Mi madre cargó mi bolsa con viandas para alimentar a todos los animales del bosque durante mi estancia en él.
Las tres primeras horas del viaje las afrontamos con una moral muy saludable, un tiempo muy saludable y un estómago muy saludable. Las dos horas siguientes fueron ligeramente más duras. Si hasta entonces el camino había sido llano, una vez cruzamos el río, empezó la cuesta que debería llevarnos a los alrededores del bosque. El tiempo, a este costado del río, fue refrescando muy rápidamente. Al salir de casa sabíamos que nos adentrábamos en una zona más fría, pero debo reconocer que aquel cambio brusco nos sorprendió bastante. Cada vez era más complicado encender un fuego y parte de nuestra comida se echó a perder incomprensiblemente. Al mediodía, cuando ya habíamos recorrido una considerable distancia, empezó a soplar un fuerte viento. Era un viento helado, que afortunadamente sólo nos dio muestras de su poder durante un corto espacio de tiempo, para después alejarse. Fue entonces cuando vi a Jasper darle vueltas y vueltas al mapa. Algo no iba bien.
Realidades IV
- David, te dije que abrieras al chico del supermercado.
- Y he abierto mama, pero no hay nadie...
Elena echó un vistazo, vio que David había dejado abierta la puerta, y comprobó que, efectivamente, no había nadie esperando. Salió hasta el pequeño jardín que tenían enfrente de su casa. Un día espléndido. El sol brillaba con fuerza. Realmente allí no parecía haber nadie, aunque Elena juraría que alguien había golpeado la puerta hasta tres veces. Esa sensación la intranquilizó. Tal vez por eso, el corazón le dio un vuelco cuando una mano se posó en su hombro. Gritó.
- ¿Se puede saber que te sucede? – le dijo su marido.
- Dios santo, Alejandro, me has dado un susto de muerte...
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